La Asociación Trashumancia y Naturaleza que preside el ecologista Jesús Garzón, obtiene el premio que otorga la fundación BBVA para conservación y la biodiversidad.

La cultura trashumante en la península ibérica tiene más de 7000 años de antigüedad aunque la misma migración la realizaba la fauna salvaje desde hace millones. Para hacerlo se utilizaban los pasos naturales más transitables: los vados de los ríos y los puertos de montaña. Estos caminos creados por el movimiento de los grandes herbívoros dieron lugar luego a las cañadas, los cordeles y veredas de la trashumancia.

El movimiento cíclico de herbívoros produce una descarga natural de la presión trófica en los ecosistemas. Cuando estos abandonan a principios de primavera las tierras del sur, todo este territorio queda liberado y se produce una regeneración natural. Las aves, reptiles, crías de pequeños mamíferos, conejos y cervatillos aprovechan ese manto vegetal en crecimiento para proteger la reproducción y los primeros meses de las crías.

Lo mismo ocurre con los territorios del norte cuando se abandonan en otoño y están otros seis meses libres de herbívoros. En el tránsito, millones de cabezas de ganado abonan el suelo, esparcen semillas y contribuyen al mantenimiento de la biodiversidad. Se ha calculado que un rebaño de 1500 ovejas y 150 cabras entre Extremadura y los Picos de Europa transporta unas 4500 semillas por cabeza y día.

Esto hace que los pastizales donde pastorea el ganado sean mucho más ricos en diversidad vegetal que aquellos abandonados.

Sin embargo, cuando esta migración no se produce, en el caso de la ganadería intensiva, el sistema colapsa por falta de espacio temporal para su regeneración: el suelo se empobrece, el pastizal de montaña se llena de maleza y es más propenso a los incendios forestales.

Al desaparecer la cobertura vegetal las presas se extinguen y eso conlleva la destrucción total de todo el sistema trófico con la desaparición posterior de los predadores y las aves de presa.

Hoy en día son las trabas burocráticas y la política agraria común de la UE los grandes enemigos de la trashumancia, aunque su recuperación traería aparejada, además de sus enormes beneficios ecológicos y culturales, la creación de más de 5000 puestos de trabajo.

Por no hablar de que se trata de un instrumento fundamental para poder consumir alimentos de calidad y para evitar la despoblación del medio rural.

Desde hace dos décadas, el naturalista Jesús Garzón, es la cabeza visible de la lucha por la conservación de la tradición trashumante y la protección de los corredores ecológicos. Preside la Asociación Trashumancia y Naturaleza, y es un referente nacional del movimiento ecologista. A él se le debe, por ejemplo, la protección de Monfragüe en Parque Nacional y la dirección del proyecto europeo LIFE de Protección de las Cañadas.

Aquí y allá nacen iniciativas para su pervivencia, difusión y crecimiento. Algunas tienen carácter turístico y es posible, por ejemplo, en la Sierra de la Culebra acompañar a los rebaños, durmiendo arropados con mantos bajo las estrellas.

Son muchos los pueblos que se esfuerzan por conservar la cultura trashumante. En León, Asturias, Aragón, continúan las fiestas que antes daban la bienvenida a los pastores aunque hoy ya no lleguen. Pequeños museos recogen los objetos, los ropajes y los útiles del pastoreo. Asociaciones en toda la península se esfuerzan en mantener vivas las cañadas. Pequeños héroes anónimos vuelven a los caminos. Pastores jóvenes siguen la tradición de sus padres y sus abuelos. Quizá haya quien piense que hay un componente de romanticismo en todo esto. Sin embargo yo creo que todos saben que se trata de una lucha entre la vida y la desolación. Al cabo, ya lo decía la canción popular. Cuando los pastores regresaban a Extremadura, la sierra se quedaba, triste y oscura.