El último informe de la O.N.G. Intermon-Oxfam es demoledor, en los últimos años de Crisis económica mundial, la más grave desde aquella gran depresión de 1929, la cifra de milmillonarios del planeta se ha duplicado, 1645 personas de todo el mundo tienen hoy, cada una, un patrimonio de más de 1.000 millones de dólares. Es más, la riqueza conjunta de esos multimillonarios, en los últimos cuatro años, ha aumentado en un 124%, es decir, que se ha más que duplicado hasta alcanzar la cifra de 5'4 millones de dólares, 4'2 billones de euros.

Si reducimos el punto de mira, nos encontramos que las 85 principales fortunas del planeta han aumentado sus riquezas en 244.000 millones de dólares, sólo en el último año, es decir, un 14 % más.

Todo lo anterior no sería grave ni reprochable, ni siquiera reseñable, si se hubiese producido en un contexto de bonanza económica mundial, si hubiese ido acompasado con el enriquecimiento generalizado de la población. No ha sido así, todo lo contrario, este brutal enriquecimiento de unos pocos ha coincidido con el empobrecimiento masivo del resto de los habitantes del planeta.

En el último año, los más ricos del mundo incrementaron sus riquezas un 5'3 %, mientras que el crecimiento global de la economía se estancó en un 2'5 %

Según los últimos informes de Cáritas, en España sólo el 34 % de la población tiene todas sus necesidades cubiertas, un 16 % menos que antes de la crisis, pues esta cifra superaba el 50 %.

Por contra, el 25 %, más de 11.746.000 españoles están en riesgo de exclusión social, 5 millones de ellos en situación de exclusión severa.

A lo largo de estos años de crisis, mucha gente se ha preguntado muchas veces qué ha pasado con el dinero que antes había, cómo era posible, que el dinero no desaparece. Ciertamente, es de lo primero que se aprende en cualquier escuela de contabilidad, el dinero no desaparece, simplemente cambia de lugar, por eso todo apunte al deber debe tener su contrapartida el haber y viceversa y los balances deben cuadrar al cero o no están bien.

Queda claro pues lo que está pasando con esta crisis, que la riqueza está traspasándose del deber de la inmensa mayoría al haber de unos pocos, que unos pocos están enriqueciéndose a costa de la inmensa mayoría.

Los defensores del liberalismo económico, también llamado capitalismo, llevan toda la vida defendiendo que el libre mercado es la fuente de la riqueza, riqueza para todos, riqueza desigual pues es mercado premia más a los mejores, más esforzados o inteligentes, pero que la riqueza es riqueza para todos.

El comunismo radicalmente igualitario es evidente que ha fracasado, el ser humano en general y la economía particularmente precisan de libertad para poder funcionar y prosperar, sin libertades las sociedades van a la ruina, la historia de los regímenes comunistas lo ha demostrado.

El término medio entre el liberalismo y el comunismo salvajes lo estableció la socialdemocracia, libertades individuales y también de empresa, mercado libre, pero con unos estados fuertes encargados de arbitrar y evitar los abusos y utilización de los impuestos para redistribuir la riqueza y compensar desigualdades. Tras la Segunda Guerra Mundial, como alternativa a la amenaza al comunismo soviético imperante en el Este de Europa, los partidos socialdemócratas y democristianos de la Europa Occidental llegaron al consenso de establecer el Estado de Bienestar, es decir, los gobiernos occidentales se encargaron de garantizar las necesidades sociales básicas de sus poblaciones.

Así, durante muchos años, la diferencia fundamental entre los países subdesarrollados del Tercer Mundo y la Europa Occidental, por encima de la riqueza general, eran los niveles de desigualdad social. En las naciones más pobres y menos desarrolladas, en las que había pobres infinitamente más pobres que los de los países desarrollados, sin embargo, los ricos de esos países pobres eran inmensamente más ricos que los ricos de los países desarrollados. Los países ricos lo eran porque en ellos se compensaban desigualdades y se redistribuía la riqueza.

Lo que ha pasado en los últimos años es que para el dinero (no para las personas) las fronteras han desparecido sin que se haya creado ningún gobierno de ningún tipo que pueda controlar esa desaparición de fronteras.

La Globalización ha traído la ley de la selva, la ley del más fuerte sin que haya frontera ni gobierno capaz de poner coto a los abusos de los más poderosos.

Lo vemos en la Unión Europea, da igual lo que interese a la mayoría, se hace lo que el gobierno de Alemania, la más fuerte, quiere que se haga, y punto, y los demás a arruinarse y a callar. Pero no sólo, lo vemos en nuestras calles y en nuestras casas. Ya no es que los chinos nos vendan lo que quieran arruinando al comercio tradicional, es que la inmensa mayoría de productos que consumimos están fabricados en China o el Sudeste asiático.

Es simple, producir allí, donde no hay derechos laborales y los salarios son de miseria, es infinitamente menos costoso que fabricar aquí, donde hay que pagar sueldos, impuestos y Seguridad Social.

La consecuencia es fácil de comprender, los pobres allí no se enriquecen y siguen viviendo en condiciones de esclavitud, y los de aquí nos empobrecemos y estamos abocados a la miseria, mientras, se enriquecen los magnates, los de allí y los de aquí.

La solución lógica este nuevo funcionamiento global de la economía sería la existencia de un gobierno igualmente global que pudiese poner freno a los desmanes del capitalismo salvaje. De momento esto es sueño utópico. Mientras un gobierno global siga siendo utopía, lo que sí deberíamos procurar las naciones todavía democráticas es gobiernos que fuesen capaces de llegar a acuerdos lo más amplios posible para establecer zonas con derechos sociales blindados por encima de la dictadura de los mercados internacionales.

Una propuesta sencilla, por ejemplo, prohibir la venta aquí de productos que no estén fabricados con los mismos derechos sociales que son exigibles a las empresas que fabrican aquí. La solución no es rebajar los derechos sociales de aquí abaratando costes para competir con los inexistentes allí. La solución es intentar extender allí los derechos sociales evitando que nos hagan competencia desleal arruinándonos a nosotros mismos.

La Historia lo ha demostrado reiteradamente, la igualdad enriquece, la desigualdad empobrece. Las sociedades más prósperas son siempre las que tienen menos desigualdades y las que tienen la riqueza más redistribuída. Esta crisis nos está empobreciendo porque nos está haciendo más desiguales.