Mientras atardece es curioso descubrir como la colina anuncia la muerte de la tarde, blanquecina, roja y azul que casi arde. El paso sobre la nieve se descubre en una fuga nocturna, se divisa desde lo alto, deja un resquemor huraño, desnudo e impaciente.
La Sierra Nevada suelta un rastro de gotas de sangre, luz inconfundible. El frío es montañoso, en este lugar que empina senderos llenos de nevisca. Por las laderas nacen surcos y brotan preámbulos antes de perderse en las ráfagas blancuzcas del valle.
La Sierra se cubre de blanco, cumbre curtida de temporales y sienes como la antera del trigo, semillero del tiempo que germina todo el paisaje.
Los visitantes
Los visitantes portan ropas que abrigan sus cuerpos de la intemperie, tiritan por el temporal gélido y solemne. Las voces hacen eco en el meandro, en los huecos y, se disipan entre los tonos grises, azules, nebulosos o casi carmines.
La nieve huele a anís y a vino, a humedad resbaladiza. Las aves se esconden antes de que el sol se alce, vagan entre los efluvios ventarrones. La cumbre y la luz despuntan en la cima, bellas formas de extrema belleza, casi anaranjada, casi roja como la sangre.
La cima blanca es la cúspide y veo pasar las nubes hacia el ocaso, nada permanece sino este frío que arremete. Los rayos de fuego se reflejan como en una charola de plata con múltiples destellos, espejo para los visitantes que se divierten con sus destrezas y malabares; los principiantes e iniciados descubren y, los expertos observan y disfrutan los confines por donde se han perdido los días y las noches, en los que han contemplado las estrellas por techo, con destinos errantes, sigilosos resuellos, apaisados en los enigmas de los baldíos.
Desde la cumbre se ve la claridad de las dunas, se sienten los torrentes, un calor extraño sofoca los cuerpos y el sol muere dándole tregua a las sombras.
La pista
La estación de esquí de Sierra Nevada, es una parte esencial del turismo que busca diversiones impresionantes, por el privilegio de poder disfrutar de la naturaleza y la nieve; en donde se abre una sierra blanca y se apodera del cielo, las nubes la tocan como un hada que increpa su imagen de princesa, de azul y arroyuelo, cenicienta adormilada entre el nubarrón y la inmaculada locura que se perpetua hasta que el temporal deje de congelar las colinas con su velo.
La pista arrastra a los esquiadores hasta sus laderas que seducen, iluminadas por el sol del Sur como emblema constante; ropaje que cuelga hasta las faldas del empinado monte albo, casi fantasma y roquedal reluciente.
Sierra Nevada es la nívea montaña del sur de España donde sus cordilleras levantan su altura, como gigantes enigmáticos de las provincias andaluzas, tesoros naturales para quien los conoce, recorre y posee.