Llega la noche con todas sus amarras. Baza se convierte en ancla; el poeta es una luz para el poeta. Es el mago de El cristal de las doce, un señor ilusorio, formado con la tierra del sol y el eco sonoro del cante. Es inevitable, no caminar y descubrir Si amanece sin quedarse callado. La noche, la brevedad e inmensidad de sus cielos oscuros, encontrar la semilla en el Poema con hambre y tararear sus demonios, sus Ninfas, Faunos y Unicornios en la cúspide de la emoción y la en La lagartija de las 9:30.

El poeta es un zorro que se oculta en un pinar en medio de los suelos oromediterráneos y los rojizos de la tarde; un halcón que iza sus alas para cruzar el mar, los océanos y llegar hasta el interior en un salto, infinitamente, como firmamento, como embriaguez y delirio que espanta la urbe al lado de la Sierra, los causales de agua y el campo.

El escritor

En la rejilla del resguardo, el escritor forma las voces de la noche, apilando ascuas en los altillos, haciendo cortafuegos entre la soledad y el miedo, arrumbando labios en el silencio.

Sus murmullos son versos, historias que estremecen el sueño, remueven el latido de la voz oculta; que sólo pueden juntarse y derramar mareas simétricas cuando los ojos aprenden a distanciar el dolor de las manos huecas y de los cuerpos sin piel tangible. El escritor rebautiza el camino con sus palomas salvajes y, saca de su libreta de ilusiones las letras, los signos y el verbo.

Hay dos maneras de ver la realidad, como es y como la filtramos. El escritor vuela sobre la forja oculta de la mente, construye un mundo fantástico, un lugar atravesado por el hierro, segado por la guadaña del destino, acelerado por el pálpito del corazón.

Sus letras arden en brasas incandescentes de una épica que perdura recóndita en el cosmos, consiente de las palabras donde los dioses pueden ser burlados en un Ajuste de cuentas.

El hombre

Amanece y la luz se abre sobre la plaza y, sobre la cúpula, de donde se descuelgan pesados cortinajes de polvo y de lluvia. Se moja el cemento, el frío se cuela por una ventana y hasta el sudor se congela dentro.

El hombre de las palabras se desviste de la eterna batalla entre el pienso y el siento. Su alma se ahorca con sogas de la mente y la razón vencida por los latidos turbulentos, en la vorágine de artistas que rondan el universo. Sus letras rescatan los antiguos recuerdos impregnados del olor a viejo y, a la gris polución de los edificios y las aceras, embrutecidas, llenas de gente bulliciosa.

Vibra en el aire la idea de existir y ser entre los sonámbulos, lejos del amanecer sin banderas, buscando ya no las verdades o los sueños vivos, sino alguna idea enterrada entre tanta gente, tanto polvo, que se eleva y flota, haciendo que la música invisible que me embruja, parezca un don, por Una sonrisa o un Reino.