Con la llegada de Internet a nuestras vidas, allá en los años noventa, la sociedad y nuestra manera de relacionarnos ha ido experimentando un cambio y tomando nuevas direcciones. Lejos de entrar en valoraciones acerca de si este fenómeno propicia que se pierda el contacto personal del “cara a cara”, generando un aislamiento físico o, si por el contrario, propicia encuentros entre personas que de otra forma nunca hubieran llegado a realizarse.

Lo que está claro es que potencialmente ofrece la posibilidad de acercarnos o entrar en contacto con otras personas de forma sencilla, muy económica y logrando relativizar las distancias.

De hecho, hay una frase que expresa muy bien esto: “a veces la distancia más larga ente dos personas es el ancho de una mesa”. Y es que realmente es así. En muchas ocasiones vivimos rodeados de personas a las que vemos casi a diario, hablamos en numerosas ocasiones y con las que nos toca o decidimos compartir muchas situaciones, sin embargo, pese a que pasen los años, siguen siendo completos desconocidos.

Y no es que no se hable con ellas de temas profundos, sino que muchas veces el miedo a ser juzgados hace que el discurso se adapte a aquello que creemos que otros esperan oír o ver de nosotros, olvidándonos de ser sinceros y construyendo una imagen que cada vez se aleja más de lo que realmente somos.

Esto es lo que popularmente llamamos “vivir desde el postureo”.

Desde las redes sociales este fenómeno también ocurre, porque al fin y al cabo, la realidad física se refleja en ellas, al igual que las tendencias, nuestra cultura y hasta nuestras reacciones espontáneas. Sin embargo, la comunicación desde Internet permite, no sólo que aumente la posibilidad de llegar a personas con las que sentimos mayor afinidad, sino que además, al no existir contacto ocular ni auditivo, curiosamente, con el tiempo, empezamos a sentirnos capaces de abrir nuestro interior y empezar a expresarnos con mayor sinceridad, obviando ese miedo a ser juzgados, que las relaciones presenciales generan.

Parece que expresarse por escrito, sin que nadie nos vea, resulta más sencillo. Y no porque las personas vayan con la intención de engañar, porque en realidad para el mentiroso o manipulador es más fácil mentir o manipular desde el cara a cara (los grandes estafadores hacen su trabajo utilizando como herramienta principal el encuentro presencial), sino porque parece que ofrecen paradójicamente una sensación de confidencialidad, de privacidad, de confidencia peculiar, como ya ocurría en los confesionarios en los que el cura no veía la cara del confesado, aunque, realmente, en este caso, las conversaciones quedan registradas y no sabemos quién es el que nos lee al otro lado.

Nuestra mente es inquietantemente misteriosa. En el terreno sexual ocurre lo mismo. Cada vez son más las personas que optan por tener Sexo cibernético. Expresarse sexualmente desde el ciberespacio es una práctica hoy en día muy común. A veces funciona como preámbulo para una posible relación sexual o sentimental física, pero, otras veces, simplemente actúa como catalizador de nuestras fantasías sexuales.

El sexo cibernético no entraña peligro a menos que una de los participantes actúe de forma desleal e ilegal, grabando y difundiendo lo que ocurre dentro de esa situación íntima virtual. Pero si se respeta la privacidad, las enfermedades venéreas y el riesgo de embarazo, ya no son un problema, ni el miedo a ser forzados o sentirnos obligados, porque en el momento en que la situación ya no resulta agradable, detenerla es tan sencillo como desconectarse.

Sin embargo, ¿realmente puede llegar sustituir al contacto físico real?

Al igual que en la amistad, el sexo o las relaciones sentimentales están evolucionando y cada vez más permiten contemplar nuevas fórmulas, todas de ellas válidas, a mi criterio, siempre que se fundamenten en el respeto, tanto hacia los demás como principalmente hacia uno mismo.

Aunque todavía hay muchas personas que se resisten a creer que el amor, el cariño o la amistad pueden surgir desde este tipo de relaciones, lo que está claro es que cada vez son más las parejas o matrimonios que nacieron desde una relación iniciada desde el ciberespacio, al igual que en el caso de socios o amigos. Y es que internet nos acerca pese a los kilómetros que pueda haber entre nosotros y es completamente compatible a las relaciones sociales presenciales, al amor físico o a la amistad.

La pregunta que muchas veces nace en torno a este tema es: ¿podemos enamorarnos de alguien a quien nuca hemos tocado, olido, besado? Durante la Guerra Civil en nuestro país, y seguramente también en otros países durante conflictos bélicos, se contrataba a mujeres para que escribieran a los soldados que no tenían novia con el objetivo de que se cartearan con ellos y les motivaran para seguir adelante y no perdieran las ganas de vivir. Estas mujeres se llamaban “madrinas de guerra”. En muchos casos las cartas llegaban a ser tan íntimas que empezaba a nacer un sentimiento especial entre el soldado y la "madrina de guerra” que propiciaba a que, una vez el soldado lograba regresar, quisieran conocerse y llegaran a enamorarse.

Es curioso cómo desde la palabra leída podemos llegar a despertar un interés especial hacia alguien, cómo desde su forma de expresarse, alguien, a quien nunca hemos visto, puede llegar a acariciarnos el alma.

Como podemos comprobar, que el amor, la amistad, la confianza y el cariño puedan nacer desde la distancia física no es una novedad, a lo largo de la historia existen muchos ejemplos, lo que sí tal vez produzca rechazo o miedo es que estos nuevos sistemas lleguen a sustituir la realidad tangible y el ser humano se recluya en el cibermundo, olvidándose de vivir en ese que hasta ahora ha sido el único que configuraba nuestra forma de relacionarnos.