Como si haber tomado la decisión de dejar su país natal en las peores condiciones no fuera suficiente. Como si embarcarse en una patera y navegar durante horas, a la intemperie y con chalecos salvavidas que no sirven, no fuera lo peor de los días por venir. Una vez rescatados, una vez a salvo, los 629 migrantes que aguardaban una solución a bordo del Aquarius, volvieron a sufrir un nuevo revés.

Después de que el Ministro de Exteriores de Italia, Matteo Salvini, comunicara que la embarcación de rescate humanitario no podría atracar en ninguno de los puertos a los que se dirigía, volvieron a sentir el rechazo y el sable del destino que parecía ensañado.

Luego apareción España, con un Gobierno que apenas llevaba días en el poder, que se animó a tomar una decisión cuestionada, pero necesaria.

La esperanza reaparecía, tímidamente, en algunos rostros. En las condiciones en las que se encontraba el Aquarius era imposible llegar a Valencia, por lo que el Gobierno italiano ofreció dos embarcaciones de refuerzo para repartir a los 629 rescatados. Así lo hicieron. Una nueva despedida. Por protocolo, el personal que trabaja y colabora en las embarcaciones de ONG, no pueden subir a las militares. Decenas de jóvenes debieron atravesar esa nueva etapa en el mar, sin los voluntarios con los que se habían familiarizado, en muchos casos sin hablar el idioma y con graves quemaduras.