Las noticias corrían como pólvora los últimos días. Todo parecía haber comenzado en Barcelona, pero lejos de acabar allí, ha comenzado a propagarse a otras ciudades turísticas del país. Tanto que, muchos políticos, no han dudado en pronunciarse al respecto.

La fobia al turista, ataca sin más, y pone en una misma bolsa, las ganancias y réditos necesario para una comunidad que solo ingresan por visitantes extranjeros, con la falta de regulación.

Detrás de las pintadas a autobuses turísticos y carteles que utilizaban sin permiso el logo del ayuntamiento para espantar turistas está la organización de extrema izquierda Arrán, movimiento que se desprende de la izquierda independentista catalana.

El grupo de jóvenes independentistas no ha dudado en reivindicar las pintadas y los confetis arrojados en Baleares la pasada semana. Por estos hechos, sumados a los realizados en Barcelona con anterioridad, la presidenta de la Comunidad de Madrid, los ha calificado de antisistema. Lo cierto es que aseguran contar con 500 afiliados que están distribuídos en asambles de Valencia, Cataluña y las Islas Baleares.

Sus integrantes no solo buscan la independencia, sino que su objetivo final es lograr una república independiente, feminista y anticapitalista. La calle, para esta organización, es la vía de promoción más eficaz. Sus actos considerados como Turismofobia han sido portada de varios periódicos internacionales, además de los nacionales.

El problema que atraviesa Barcelona, también se vive en Madrid, por no hablar de otros países. Para el habitante de la ciudad visitada, el gran problema se ha visto reflejado en la suba desmedida del precio del alquiler de la vivienda habitual. La proliferación de pisos de alquiler, especialmente los ilegales, han encarecido hasta en un 40 % los precios para inquilinos anuales.

La ganancia, para quien alquila un piso por plataformas de Internet y no lo tiene declarado como un negocio, se multiplica por cuatro. Los más afectados han sido los vecinos de los barrios céntricos, el sitio más demandado para alojarse por el turista. En Madrid, la zona comprendida entre Atocha, Sol, Chueca, Malasaña y Gran Vía, es la que más residentes "autóctonos" ha perdido.

Marta López Rodríguez, alquilaba un piso en la zona de Antón Martín, muy cerca del Museo Reina Sofía hace 2 años por 550 €. "En esa época estaba bien de precio, era lo que se pedía por un piso de un dormitorio en el centro. No pude renovarlo y me llevó 9 meses encontrar un piso donde mudarme."

Cuenta que por el centro no encontró nada y que "ya desesperada" intenté alquilar en zonas más alejadas como Vallecas o Casa de Campo, pero la demanda había convertido a estos barrios más accesibles, en sitios encarecidos. "Me pedían lo mismo que yo pagaba por el piso del centro, con los mismos metros", explica Marta sobre su pericia de inquilina.

Manuela Castro tiene 68 años, es una maestra jubilada que desde hace 2 años está pensando en vender su piso de Chueca.

"No termino de decidirme, es la casa donde viví con mis hijos y mi marido. Me gusta el barrio, pero ha cambiado mucho. Es difícil salir a hacer la compra, sobre todo lo fines de semana", cuenta con resignación. Ni los dos pisos por escalera, ni la hipoteca que tanto le costo pagar la amedrentaron, pero el ruido constante del barrio y la falta de orden, se han vuelto algo que le cuesta tolerar. "Hay fiesta todos los días, especialmente en verano", sostiene aunque aclara que no suele salir de noche, pero escucha todo por la ventana. La zona se ha convertido en un punto de encuentro para borracheras y encuentros callejeros.