Los últimos datos registrados sobre la cantidad de personas Sin hogar en el país se remiten al año pasado. Más de 8 millones de personas tienen problemas de vivienda, el desglose de esos números permite conocer que, unas 40 mil viven en la calle, 5 millones no tienen un techo adecuado, es decir, habitan en sentamientos o chabolas o hacinados en estructuras precarias que no cuentan con los suministros básicos.
Más de 3,5 millones de personas no tiene seguridad en sus hogares, no tienen documentación, ya han recibido el aviso para desahuciar el piso o se encuentran en un entorno de violencia y agresividad.
Para muchas de estas personas que, la crisis solo los mantuvo como indigentes, se estima según la misma organización, que 2 de cada 3 de las personas que actualmente viven en la calle, ya lo hacían antes del 2007.
Las políticas públicas son necesarias, pero también lo es, un cambio radical en la ciudadanía. Cerca de la mitad de las personas sin techo asegura haber sido víctima de alguna agresión, el 80 % de ellas, en varias ocasiones.
No mirar para otro lado es fundamental, evitar el acostumbramiento. Ciudades como Buenos Aires, no solo han visto crecer de manera desmesurada la cantidad de personas viviendo en sus calles, sino que lo habitantes lo han asimilado como algo cotidiano.
Asimilar que una persona sin techo es parte del paisaje urbano, delata la violencia a la que están sometidos, más allá de las inclemencias del tiempo y la intemperie.
El delito de odio que resume la agresión a una persona por no tener recursos se denomina Aporofobia. Sin dignidad el derecho a la vida se ve mermado, la falta de un hogar conlleva una serie de vivencias que exponen a las personas a un día a día de inseguridades y exclusión.
Israel camina por las calles de Madrid desde hace dos años.
Es posible verlo deambular por la zona de Huertas, descalzo y sin abrigo. Cuenta que tiene 34 años, que no pide dinero, deja que la gente, si quiere, se lo dé. “No me gusta molestar y pedir dinero. Muchas personas me dejan dinero, a veces mientras duermo.”
El hombre de pelo rubio y porte esbelto, cuenta que es carpintero como su padre y que hace unos 7 o 10 años, también fue boxeador.
No lo recuerda con exactitud, pero esboza una sonrisa al narrarlo.
Su vida en la calle comenzó tras una discusión con su padre, en la casa en la que vive la familia en un pueblo de Toledo. Después de la pelea, Israel cogió el tren hacia la capital y algo en él se perdió.
“Estoy tratando de juntar dinero para volver a la casa de mis padres”, sus frases son cortas y muchas veces inacabadas. Hay algo en él que denota un pasado sin escases. “Yo no tomo, ni me drogo”, dice en varias oportunidades, como si fuera una condena que recae per se, por su condición de ser una persona sin techo.
Algunas noches de invierno ha pernoctado en los albergues con los que cuenta la Ciudad, pero no han sido muchas.
Cuenta que no lo han agredido, que “a veces algún borracho se pone molesto, pero no conmigo sino con todos”. El todos de Israel se refiere a otros hombres que, como él viven y deambulan por la calle Huertas y sus inmediaciones.
Mientras Israel cuenta su historia lo saluda un joven que va camino a su casa. Tienen la misma edad, probablemente, pero Israel le dice “chico”.
“Es un chico muy majo, me trae comida del bar donde trabaja y me ha dejado calcetines y zapatillas suyas.”
La Comisión de Justicia ha aprobado hace apenas unos días, una moción para que los actos de violencia y agresión hacia las personas sin hogar (aporofobia) se incluyan en el artículo 22.4 de la normativa vigente. De esta manera, esta clase de delitos, tendrían el agravante del odio, como los que son ocasionados por xenofobia, identidad sexual y los de género.