Lo que nació, en los años 50, como un festival de la canción internacional, símbolo de la posguerra, donde todos los países de la Unión Europea participarían en un programa de TV retransmitido en toda Europa, para compartir sus diferentes culturas, se ha transformado en un espectáculo bochornoso donde los intereses políticos, los gorilas, los gallos y los culos reinan el escenario.

Mucho ha llovido desde entonces.

La inolvidable Lys Assia, con la canción Refrain, llevó la primera victoria a Suiza en 1956 cuando se celebró el primer festival de Eurovisión.

Las televisiones de nuestros hogares nos dejaron ver, con la ilusión del blanco y negro, la fuerza con la que Europa se levantaba de la Segunda Guerra Mundial, y el deseo de unir nuestros países ante el recuerdo de una de las peores épocas jamás recordadas. Con los años, más naciones se unían al certamen anual, que demostraba un amor sincero, sencillo, por la música; sin florituras, sin luces de colores, ni aditivo alguno.

Grandes grupos y artistas han salido de este festival, como Abba, o Celine Dion; y aunque a partir de los años 80, se incrementó el factor espectáculo del festival, siempre primaban las voces, por encima de los retoques con autotune, y los añadidos artificiales. Todo ha cambiado, las votaciones están dominadas por el interés político, y es algo que sabemos, y aceptamos a regañadientes; hay un énfasis por la elaboración visual y coreográfica, importando más que los artistas salgan guapos, y estilosos, que la calidad de sus voces; y hay un ferviente deseo popular por lo, ya no extraño, sino vergonzoso (véase Chikilicuatre), o directamente por la falta de afinación y calidad (véase Raquel del Rosario).

Este año no nos ha faltado nuestra dosis de bochorno, con un gorila italiano bailando junto a Gabbani; o, literalmente, un espectador casual que saltó al escenario, en medio de la actuación de Jamala, para enseñar el culo a millones de espectadores. Y, además, tenemos a nuestro Manel.

España, ¿tanto te cuesta?

Recordar a Masiel, cuyo La, la la nos regaló la victoria en 1968; y a Salomé, quien ganó al año siguiente con Vivo Cantando; es como un sueño irrepetible.

Nos hemos unido a la vorágine de aquellos que cantan en inglés para llegar a más público, y cuando lo hacemos en español, olvidamos el carácter de nuestra cultura, e imitamos el tono, estilo y puesta en escena más propios de la cultura norteamericana (véase Edurne, 2015).

El 13 de mayo se celebró la 62ª edición de Eurovisión, con Manel Navarro representando a una España preparada para despreciarlo.

Tras un empate en la votación popular junto a Mirela, la otra candidata para este año, la decisión final de catapultar a Manel hacia el escenario del certamen estuvo en manos del jurado, compuesto por Javier Cárdenas, Virginia Díaz, y Xavi Martínez. Esta decisión, provocó el abucheo del público hacia Manel, quien respondió con su famoso corte de manga.

El desafortunado gesto del cantante se granjeó el odio y desprecio de todo un país, quien se negaba a semejante representación en el certamen europeo. Aun así, llegó el momento, y Manel finalizó una actuación casual, desinteresada, con una falta de preparatoria evidente, y una ausencia por la cultura española pasmosa, siguiendo una temática de surf y ambiente tropical.

A todo eso, añadir un desafortunado gallo, protagonista de miles de chistes y burlas en las redes sociales.

España ha quedado en el último puesto, con apenas 5 puntos, y a Manel le esperan unos días difíciles, en el punto de mira de todas las miradas y medios, debido a su actitud desinteresada y respondona con el público, quien parece disfrutar de la venganza por el corte de manga. Aun con todo, parece que hay esperanza en Eurovisión; con la victoria de este año en manos de Salvador Sobral, representando a Portugal con una actuación sencilla, sin florituras, sin luces de colores, ni aditivo alguno.