En nuestras latitudes aún somos bastante reacios a la inclusión de insectos comestibles (existen en torno a 100 variedades aptas para el consumo humano) en nuestra dieta habitual. Sin embargo, en otras partes del mundo gracias a ellos logran balancear su dieta ante la imposibilidad de acceder a la carne de ave o de vacuno.
Más allá de los prejuicios culturales, la FAO (la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas) apunta a su comprobado aporte nutricional ya desde 2013 y a sus numerosos beneficios para la salud.
De hecho, reivindica su normalización como medio sostenible de erradicación del hambre y de la desnutrición en el mundo y acaba de iniciar una campaña para derribar falsos mitos sobre ellos en las sociedades occidentales.
Además, la Unión Europea aceptó en 2015 integrar los insectos en la categoría de nuevos alimentos y la FDA admite las trazas de insectos (150 fragmentos por cada 100 gramos), por ejemplo, en las harinas que empleamos habitualmente. Los cereales de la harina o el arroz suelen contener gorgojos, unos insectos muy pequeños que se trituran al elaborar la harina, y que, por tanto, has comido sin saberlo.
No temas, su consumo además de legal es completamente salubre.
¿Qué nos aportan los insectos?
Termitas, cochinillas, orugas, arañas, moscas, saltamontes... destacan por su extraordinario aporte de proteínas de alto valor biológico, en muchos casos superior al proporcionado por la carne de pollo, de cerdo o de ternera. Por 100 gramos de insecto obtenemos un 43 % de proteína, frente al 23 % del pollo o el 20 % de la ternera.
Carecen de grasas saturadas y, especialmente, las larvas son ricas en ácidos grasos Omega 3 indicados para regular los niveles del colesterol en sangre y prevenir la incidencia de la obesidad y de los accidentes cerebrovasculares.
A su vez, contienen fibra, minerales (hierro, cobre, magnesio, zinc, calcio, selenio o fósforo) y vitaminas del grupo B.
Constituyen una fuente de alimentación muy eficiente si la compramos con la ganadería intensiva. Se calcula que la cría de insectos es hasta 20 veces más eficiente por su ahorro en energía o agua.
Por si esto no fuera suficiente, hay otro dato no menos interesante y es que de los insectos se aprovecha todo, no tienen huesos, plumas ni piel que desperdiciar. Fíjate, frente al 55 % en el caso del cerdo o del 50 % de las gallinas, de los saltamontes se aprovecha el 80 %.
Si te preocupa el riesgo de transmisión de enfermedades, lo cierto es que es muy reducido. Las precauciones a considerar son las propias del resto de alimentos: limpieza y certificación de los estándares de calidad en su cría.
Las orugas, un tesoro nutricional
Las orugas lideran la clasificación del, ya completo, valor nutricional de los insectos: con 100 gramos de oruga un adulto recopila todos los macronutrientes que necesita al día. En apenas 430 calorías nos brindan 53 gramos de proteína de mayor valor nutricional que la del pollo, un 15 % de grasas saludables, un 17 % de carbohidratos y minerales como calcio, magnesio, fósforo y zinc.
Aunque su consumo en humanos aún no está permitido en la Unión Europea, la creciente presión medioambiental que ejercemos para producir la proteína animal, en una población mundial que no cesa de crecer, debe llevarnos a una reflexión sobre nuevas formas de alimentación, igual de saludables pero más sostenibles y económicas. ¿No crees?
Yo lo tengo claro, lo primero que probaría serían unos saltamontes bañados en chocolate.