La primera jornada de la moción de censura presentada por Pedro Sánchez (PSOE) contra el actual presidente del gobierno, Mariano Rajoy (PP), fue realmente, de alguna manera, media moción de censura. La incomparecencia por la tarde del antiguo inquilino de la Moncloa, provocó toda clase de rumores y nervios entre las filas populares. Ni los suyos acertaban a entender qué es lo que ocurría. María Dolores de Cospedal salió ante las cámaras y micrófonos de todos los medios de comunicación a intentar explicar lo inexplicable: la ausencia en el parlamento español del presidente del gobierno que estaba siendo censurado, mientras se producía la moción de censura.
Ausencia inexplicable
Algo como esto no se recordaba. La razón de tal ausencia debía tener un grave motivo. Se especuló con la posibilidad de que estuviera preparando su dimisión. También sobre una indisposición a causa de la tensión propia del momento. Lo cierto es que ninguna de estas razones fue la que motivó la ausencia de Rajoy, cuando el resto de portavoces parlamentarios explicaban sus motivos para decantar la balanza a un lado u otro, lo que significa encauzar y marcar el camino de la vida de un país, al mismo tiempo que la de todos sus habitantes; unos 45 millones de personas.
El motivo de la desaparición del presidente del gobierno, la tarde del jueves de censura —que también de pasión—, no residía en ninguno de esos temores que corrían como galgos entre los escaños y pasillos del congreso de los diputados.
Antes, cerca de la una media de la tarde, la primera parte de la sesión en el Congreso tomaba un receso para que sus señorías fueran a comer. Así lo hizo Mariano Rajoy. La continuación estaba prevista para primera hora vespertina. Comenzó sin Rajoy, siguió sin Rajoy y terminó sin Rajoy. El presidente del gobierno estuvo durante ocho horas desde en el restaurante Arahy, sito en el comienzo de la madrileña calle Alcalá, muy cerca del Congreso de los Diputados y de la puerta monumental que lleva su nombre.
Allí se encerró con algunos de sus fieles, que iban y venían, durante todo ese tiempo.
Dos botellas de whisky
Dieron buena cuenta de una opulenta comida, regada con vino y dos botellas de whisky. Parecía una celebración. Es cierto, según parece, que Mariano Rajoy y sus correligionarios seguían la sesión del Congreso en una pantalla de televisión, muy al estilo de las querencias del presidente, aficionado a ver deporte —sobre todo partidos de fútbol y ciclismo—, pase lo que pase a su alrededor y aunque se caiga la bóveda celeste (mientras no se suspenda el encuentro deportivo).
Al día siguiente viernes —hoy, a la hora de escribir este artículo—, día de la votación de la moción de censura, Rajoy también llegó tarde. Concretamente, cerca de hora y media. Entró en el hemiciclo entre los aplausos de su bancada. Subió al estrado para decir que se sentía orgulloso de haber sido presidente del gobierno de España y volvió a sestear en su escaño hasta que todo acabó con su destitución como presidente del gobierno.
Un bolso en el escaño
Esa mañana, la actitud de Mariano Rajoy, faltando al Congreso de los Diputados, fue censurada por todos los grupos de la oposición. Entre ellos, Margarita Robles, del PSOE, que la calificó de «falta de respeto institucional» o Pablo Iglesias, líder de Podemos, quien aseguró que se trataba de una «vergüenza».
Es muy posible que para la mayoría de los españoles ambos calificativos describan su sentimiento ante este espectáculo bufo que anticipa, según las encuestas, un cambio significativo de parecer y apreciación de la vida política española por parte de los ciudadanos.
Un bolso de mujer ocupó el escaño de Mariano Rajoy durante todas esas horas en las que no estuvo presente. Era el de Soraya Sáenz de Santamaría. Parecía querer guardar el sitio a su jefe, a ella misma o al bolso; quién sabe a cuál de los tres y, en ese caso, cuál tendría mayor protagonismo.