La presentación de la moción censura, al margen de su resultado, ha descabalgado los planes de Mariano Rajoy, que pasaban por agotar la legislatura, aunque tuviera que prorrogar los presupuestos en alguna ocasión, si en última instancia no obtuviera la mayoría de la cámara baja. Realmente, la Moción de censura no ha sido más que la continuación del verdadero punto de partida de lo que parece un claro fin de ciclo: la sentencia del caso Gürtel, que cayó como una verdadera “bomba” en el Partido Popular. Es cierto que todavía queda la posibilidad de presentar recurso para los condenados, pero la abultada cantidad de años que contempla el fallo del tribunal abrió heridas que nunca han estado del todo cerradas.

En público, tanto los llamados “barones” del partido (los presidentes de comunidades autónomas, presidenciables para las mismas o personajes con un peso indiscutible dentro de la formación política), como otros nombres de importancia dentro del PP, cierran filas en torno a Rajoy. En privado, sin embargo, muchos de ellos muestran su honda preocupación por la situación y por lo que está por venir.

Hay que recordar que la sentencia que se conoció recientemente, no es más que el primer paso de un largo rosario de piezas separadas que se irán juzgando durante los próximos meses y, quizás, años. La sentencia también cuestiona la “credibilidad” que ofreció al tribunal la declaración como testigo de Mariano Rajoy, cuando fue llamado a declarar.La falta de una línea clara de actuación en la aplicación del artículo 155 en Cataluña, la situación económica —que arranca para las grandes empresas, pero que mantiene a la mayoría de la población en una situación precaria—, y los múltiples casos de corrupción, han terminado de lastrar la acción de gobierno.

Las voces dentro el PP

En estas circunstancias, las voces críticas dentro del Partido Popular han comenzado a hacerse más audibles, pese a que lo hagan todavía en privado y “fuera de micrófono”. Todos dentro del PP son sabedores que hacerse demasiado visible puede suponer verse fuera de la carrera política o algo más grave incluso.

Los casos de Cristina Cifuentes, Esperanza Aguirre, Enrique Granados o Ignacio González están trufados de la sospecha de que todos ellos parten desde puestos del gobierno o del propio partido que lo sustenta parlamentariamente.

Esa guerra interna es de sobra conocida por los militantes y cuadros del aparato. No es algo nuevo.

Viene desde hace muchos años y tiene su sustento en las cuotas de poder que cada bando persigue. El problema es que existen diferentes bandos que pueden cambiar sin disimulo de integrantes, dependiendo de los intereses particulares de cada momento. Un engranaje así, basado en buscar los beneficios propios a costa de casi lo que sea, no parece ser lo más adecuado para mantener unido un partido, en caso de sustanciarse la pérdida de sillones en ayuntamientos, comunidades autónomas, diputaciones y ese largo etcétera de puestos con retribución económica pública, que parece desprenderse que puede ocurrir según las últimas encuestas conocidas.

En el mejor de los casos, la encuesta del periódico La Razón —dirigido por el antiguo colaborador de Mariano Rajoy, el periodista Francisco Marhuenda—, le da un máximo de entre 105 y 109 diputados en unas hipotéticas elecciones generales.

Otras, como la que publicó el 27 de mayo el diario digital El español, prevén una verdadera catástrofe de proporciones incalculables, al situar en 63 los posibles escaños que obtendría el Partido Popular, lo que le convertiría en la cuarta fuerza política española. Las perspectivas, en cualquier caso, no son buenas.

Muchos militantes y concejales de ayuntamientos pequeños y medianos del PP se están pasando o están en contacto con el partido Ciudadanos, tanteando la posibilidad de cambiar de adscripción política. La desbandada general puede ser imparable, si los resultados de próximas elecciones confirman las previsiones. Mariano Rajoy tenía atados los presupuestos de este año, con el apoyo de Ciudadanos y de PNV.

Preveía un final de mandato convulso, pero rectilíneo, sin demasiadas curvas cerradas que le obligasen finalmente a cambiar de dirección. Ahora, todo eso ha saltado por los aires. Seguramente, han volado muchas más cosas.

Casado, el nuevo Presidente del Comité Electoral

Con este panorama de fondo, se entiende la elección de Pablo Casado como Presidente del Comité Electoral el pasado lunes 28 de mayo, lo que de hecho significa hacerse cargo de la dirección del partido en Madrid. Casado tendrá la posibilidad teórica de elegir a las personas que aparecerán en las papeletas de las próximas elecciones autonómicas que deberían celebrarse el próximo año, si no hay adelanto electoral. Su nombre ya se había barajado en las “quinielas” de elegibles, junto a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

Serían la pareja de urgencia para salvar unos previsibles malos resultados en la capital de España.

La polémica con los estudios del nuevo cargo del Partido Popular, parecía haberle restado posibilidades para aparecer en primera línea. Pese a todo, ha sido el designado para liderar el partido en Madrid, lo que podría hacer suponer que la moción de censura y la sentencia del caso Gürtel han hecho reaccionar a Rajoy.

También querría decir algunas cosas más. Por ejemplo, que en el Partido Popular empiezan a ser conscientes de verdad de que se avecinan tiempos muy difíciles para ellos, que pueden adelantarse diferentes consultas electorales (Andalucía, Madrid, generales…) y que, en definitiva, el Partido Popular deberá enfrentarse a la opinión de los ciudadanos españoles desde una posición tan débil que, incluso, algunos dentro de la formación política conservadora temen una casi desaparición del partido, semejante a lo que ocurrió con UCD a principios de los 80, cuando perdió casi todos los resortes económicos y de poder que solo unos meses antes detentaban.