Tras el final de la Primera Guerra Mundial, el centro financiero mundial, establecido en Londres, pasó a estar establecido en Nueva York. Estados Unidos se convirtió en el principal prestamista de todos los países que bien necesitaban pagar sanciones de guerra (Alemania) o países que luchaban por reconstruir su país (Francia). Este cambio en el aspecto financiero dotó de un monopolio al país norteamericano que pudo aprovechar debido a dos factores fundamentales.

Por un lado no había sufrido desperfectos en su propio territorio en el conflicto bélico, por lo que todo el capital entrante podía destinarlo a otro tipo de proyectos.

Por otro lado, era un exportador de productos primarios, por lo que los países que sí se habían visto envueltos en el conflicto de manera más directa, también importaban mercancías estadounidenses.

Pero todo ello comenzó a cambiar a partir de 1921. Los países que más sufrieron los desperfectos de la guerra, comenzaron a centrarse en reparar sus infraestructuras, dándole total prioridad. Ello hizo que las exportaciones de los productos agrícolas procedentes de Estados Unidos no encontraran sitio en Europa y provocó un declive de los precios sin precedentes. Esto tuvo un efecto negativo ya que muchos agricultores no podían pagar sus préstamos y la reducción de compra externa, también afectó a la demanda interna.

Además se estaba dando un fenómeno pocas veces visto. Por primera vez, no sólo los tradicionales inversores, sino también una clase media en auge, comenzaba a participar en la Bolsa. El problema residía en que solamente necesitabas pagar un 10% por adelantado del valor de la acción. Muchos vieron en la Bolsa el lugar para ganar dinero de forma rápida y sin riesgo.

Una vez cobrados los dividendos, o incluso revendiendo los títulos, se pagaban los préstamos. Este modus operandi creó una burbuja sin parangón. Los títulos de las acciones estaban sobrevalorados y muchos inversores extranjeros también apostaban por este tipo de inversión. Las acciones cada vez tenían un valor más alto y además, los Bancos Centrales, habían establecido políticas de estímulo con bajos intereses, de manera irresponsable, permitiendo así que todo el mundo pudiera acceder a comprar acciones aunque no tuviera el respaldo económico para hacerlo.

Ante esta situación, Hoover, a la sazón presidente de Estados Unidos, decide elevar los tipos de interés. Esta medida provoca una venta masiva de acciones. Intenta recular pero ya es tarde, el ‘’boom’’ ha estallado y la Bolsa se desploma a un ritmo vertiginoso. Millones de accionistas no pueden pagar sus créditos, los bancos, que también poseían acciones, ven como su capital se desploma. Es el fin de miles de pequeños bancos que habían progresado gracias a la especulación bursátil.

Esta situación hace que muchos depositantes reclamen su dinero pero los bancos no disponen de fondos para hacerlo. Las empresas también sufren el colapso económico. La crisis se traslada a Europa, ya que Estados Unidos deja de conceder créditos y ello impide que los países europeos puedan financiar sus reparaciones y hacer frente a las deudas comprometidas con los Estados Unidos.

Es un bucle que acaba arrastrando a todos los sectores y países.

Las políticas económicas aplicadas hasta la fecha tocan a su fin. A partir de la crisis de 1929, el Estado tendrá un peso mucho más importante en la política económica. Ello se ve reflejado con el ‘’New Deal’’, dirigido por Roosevelt y guiado por Keynes. El abandono del patrón oro, permite devaluar el dólar y establecer políticas monetarias de estímulo de manera más efectiva. Comienza a aumentar el gasto público, aumentan las obras públicas, lo que hace que se contrate personal en paro para su ejecución, los bancos conceden créditos gracias al respaldo del gobierno y la Reserva Federal, las empresas vuelven a tener liquidez, las exportaciones aumentan gracias a la devaluación del dólar, etc.

En definitiva, el crack del 29, creó un antes y un después en las políticas monetarias y en el papel que el Estado debe tener en la política económica y financiera.