Haciendo limpieza general durante estas navidades me reencontré con el trabajo que elabore sobre el 15-M para la finalización del máster. Releyendo sus páginas me percaté de cómo de profundo han llegado las propuestas de aquella movilización social del año 2011, especialmente las que se refieren a medidas destinadas a la mejora cualitativa de la democracia española. Las exigencias de transparencia, control de las instituciones, despenalización de la eutanasia, lucha contra los desahucios o la corrupción, forman parte de muchos de los programas electorales de los partidos políticos.

Esto era un sueño antes del 15-M.

Ciertamente, el movimiento ha tenido mucha influencia pero no podemos caer en el conformismo. El 15-M cometió muchos errores fruto de su adanismo y su falta de atención con la teoría de la democracia. Entre ellos, uno que ha calado muy profundamente en los partidos de eso que ahora llamamos “nueva izquierda”, que no sé qué tiene exactamente de nueva. Hablo de la democracia refrendaria.

La democracia refrendaria consiste en someter todas o algunas de las propuestas de leyes a referéndum entre la población con derecho a voto: si el referéndum es positivo, la ley se aprueba, si es negativo, se rechaza. Este modelo de democracia es el que defendía en el año 2011 el movimiento de los indignados y ha conseguido abrirse paso en los programas electorales de algunos partidos como el más democrático de todos los posibles modelos de democracia.

Esta creencia resulta, si no falsa, al menos ingenua, fruto de una incomprensión que debería avergonzar a sus artífices.

La democracia, como su propio nombre indica, es el gobierno del pueblo. En un sistema democrático, el pueblo es quien hace las leyes, unas leyes de las que todos los ciudadanos deben poder beneficiarse. Esto no es lo que ocurre con los referéndums.

Desde los tiempos de Aristóteles se conoce que el vicio de la democracia es la dictadura de la mayoría, que consiste en gobernar no para el pueblo, sino para una supuesta mayoría. Esto es lo que ocurre con la democracia refrendaria: en ella no gobierna el pueblo para el pueblo, sino que es la mayoría la que gobierna sobre la minoría, imponiendo su voluntad por la fuerza de los números.

Ciertamente, en un referéndum gana la mayoría, creando una minoría que se verá privada de los derechos que las leyes otorgan a la mayoría gobernante, nada impediría a una mayoría salida de un referéndum de imponer sobre las minorías, medidas que las priven de derechos, como ha pasado en el Brexit. Gobernar mediante referéndum no es ejercer una democracia más pura, sino dejarse llevar por los vicios que convierten las democracias en dictaduras. Dudo mucho que fuera esto lo que los indignados tenían en mente. En lugar de la democracia refrendaria, deberíamos buscar la manera de hacer posible una democracia deliberativa, que sí nos dé a todos la posibilidad de opinar y gobernar en una auténtica democracia, aunque sea más difícil de lograr que la refrendaria, que a fin de cuentas consiste en meter un papelito en una caja y luego contar votos.