Xabier Arzalluz fue el primer nacionalista vasco en atisbar el peligro al que sus ideas se enfrentaban el 13 de julio del 1997. Aquel día, la banda terrorista ETA asesinó, tras mantenerle secuestrado durante casi 4 jornadas de angustia nacional, a un concejal del PP en Ermua (Vizcaya).

El clamor contra los terroristas había ido calando en la sociedad vasca, en particular gracias a la heroica labor de asociaciones cívicas que llenaron con valentía el enorme hueco que la pusilanimidad de los políticos había causado durante lustros. El gobierno central, por primera vez en manos del PP, había prometido asfixiar a la banda terrorista y el asesinato de aquel joven de 29 años podía producir un terremoto social de hondas consecuencias políticas y electorales.

Arzalluz no lo dudó: ante el riesgo de aislamiento social de ETA y de que el nacionalismo perdiera su hegemonía política en el País Vasco, decidió salir en rescate de la banda criminal. Fruto de aquella operación "salvar a ETA" surgió el infame pacto de Lizarra, un intento de erigir una institucionalidad paralela que sustituyera a la democracia representativa y a la legalidad del Estado. Pocos días después del asesinato de aquel concejal de Ermua llamado Miguel Ángel Blanco, Arzalluz se refirió a sus asesinos como "estos chicos".

Arzalluz y los "chicos malos"

Anteriormente ya se había referido a los terroristas callejeros como "los chicos de la gasolina". Y antes, en 1992, dejó clara la opinión de su partido acera de los terroristas afirmando que "No creemos que sea bueno para Euskal-Herria que ETA sea derrotada".

Y aún antes, en 1987, afirmó "Nosotros no somos los violentos, ni siquiera ETA; la violencia viene de la derecha", unas declaraciones sorprendentes al venir del partido más derechista del parlamento español.

Cuando ETA asesinó a un compañero de partido de Arzalluz, reprochó a los terroristas haber matado "a uno de los nuestros", dejando claro que había víctimas de distintas clases.

Igualmente, cuando mediante otro atentado "estos chicos" mataron a un cocinero del ejército, Arzalluz mostró su lamento por lo inútil de la muerte de alguien con esa labor, en clara alusión a que el asesinato de un militar de alta graduación era mucho más comprensible.

Más metafórica fue su célebre frase de "Unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces".

Recordemos que el árbol que Arzalluz alentaba a sacudir era y es la democracia española, esa que en vida siempre consideró una enemiga mientras se aprovechaba de ella para socavarla.

"Sacudir" consistía, por tanto, en disparar tiros en la nuca de los que opinaran distinto, poner bombas lapa en sus vehículos, secuestrarles para pedir rescate (o acabar matándolos), amenazar a los hijos de los disidentes políticos en sus escuelas, expulsar de su tierra a cientos de miles de vascos cuyos votos hubieran cambiado el mapa político de la región, poner coches bomba y, en definitiva, orquestar una brutal cacería humana contra los no nacionalistas.

El racismo indisimulado de Arzalluz

Xabier Arzalluz se retiró de la política para dedicarse al estudio y promoción de la obra del fundador de su partido, Sabino Arana.

Fue Arana un supremacista de lecturas escasas y razonamientos delirantes, con argumentos que en nada tienen que envidiar en su brutalidad a los hitlerianos.

El actual PNV, travestido de partido moderado y tecnócrata pero que en su afán por monopolizar las instituciones vascas se abraza ora con el PSOE y Podemos, ora con los tentáculos políticos de los terroristas, esconde los textos de Arana mientras festeja su figura. Un equilibrio tan difícil como el de homenajear a los etarras mientras se ocultan sus crímenes. Ambos equilibrios coexisten y se retroalimentan en el País Vasco actual, mostrando la corrosión ética que el nacionalismo imprime a aquellas sociedades que controla.

Arzalluz nunca ocultó su sentimiento supremacista.

Argumentó que la mera preponderancia del RH negativo en la población vasca ya era motivo de sobra para ser considerados una nación. Cabe señalar que tal argumentación de base racial no se ha visto en Europa desde la II Guerra Mundial, ni siquiera en el conflicto de los Balcanes, donde sí hubo argumentos racistas pero ni siquiera estos fueron tan obscenos ni primitivos.

En los últimos días hemos presenciado como a este personaje truculento se le han dedicado panegíricos y prosas elegíacas. Algunos, incluso, han querido presentarle como una figura clave en la consecución de nuestra democracia, esa que está ante un momento crucial. En Twitter, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, calificó a Arzalluz de "dirigente de estatura política gigantesca" y de "alguien que jamás dejó de decir cosas interesantes".

Convendría no olvidar que, si de Xabier Arzalluz dependiera, España desaparecería. Su muerte no debería tapar sus actos ni sus ideas. Quienes lo ensalcen, por tanto, difícilmente pueden presumir de querer lo mejor para España entera ni para el País Vasco. La muerte de Arzalluz es la de alguien que nunca tuvo dudas a la hora de elegir entre nacionalismo y democracia.