Últimamente todo el mundo tiene esta palabra en la boca, en el bar al camarero, en la iglesia, en la televisión, en el parque al dueño del perro, incluso con la histeria que últimamente se está formando alrededor de la palabra, no me extrañaría que el mismo perro la ladrara. Primero deberíamos saber que es el nacionalismo. En esencia es el apego a la nación de la que te sientes perteneciente, es extrapolable al concepto de familia.
Sin embargo, también es una manera de atrapar al patriota y reclutarlo con la idea: “Aquello que tanto amas, está siendo menospreciado”.
Naturalmente, lo relacionamos mentalmente en estos momentos, con la situación que atraviesa nuestro país con Cataluña, y que nos obsesiona diariamente metiéndose en todos y cada uno de los rincones de las comunicaciones.
Hay dos tipos de nacionalistas en este conflicto, los españoles y los catalanes. Un país a día de hoy, siendo tremendamente fríos, no se basa en sentimientos, si no en la necesidad de mantener una economía sana y próspera que haga que el mecanismo del capitalismo siga girando, tarea que se vuelve complicada a medida que avanzan las legislaturas, y se ve que por primera vez en la historia, la generación que va a suceder a la que lleva las riendas de la economía, va a ser más pobre que la anterior, por culpa de la buena autogestión del bolsillo de los que utilizan su propia mano para distribuir, de manera justa las riquezas.
Así que, dejando a un lado los sentimentalismos, y viendo la sociedad como una empresa, a nuestra nación no nos beneficia que Cataluña se separe, a menos que se deslocalicen todas las empresas que han sido subvencionadas con el dinero del odioso estado español, y se localice en el resto de la península, en ciudades que se mueren poco a poco, como León que se muere rampante y con los labios azules, de tanto que le aprietan las sogas de la Castilla que arrastra.
Hay otro nacionalismo, que he rozado en el anterior párrafo, y que me lleva a ebullición la sangre, y es el nacionalismo leonés que yo mismo padezco y no solo por el amor desmesurado a la tierra, del que enfermé dulcemente al nacer. Sino, por la realidad aplastante que pesa en las espaldas de cada ciudadano de la provincia, al tener que emigrar de la casa y buscar trabajo más allá del muro del castillo, por qué los diezmos solo fluyen en aquella dirección y el pan se pierde en el camino de vuelta a la cueva de la bestia coronada.
El nacionalismo tiene una utilidad muy clara, unir a gente en contra de lo que amenaza la seguridad de lo propio compartido, es la mezcla perfecta del fascismo y el comunismo más básico, el nacionalismo es el experimento de la película “Die Welle”, “La Ola” en español. Puede que en algún contexto sea necesario y útil, pero de lo que sí que estoy seguro, que cuanto menos es peligroso y contaminante. No lo juntaría con el populismo.