Ayn Rand, escritora de origen ruso y autora de los bestsellers "La Rebelión de Atlas" (1957) y "El Manantial" (1943), así como de otros escritos de no-ficción como "El Manifiesto Romántico" (1969), "La Virtud del Egoísmo" (1964) y "Filosofía, ¿quién la necesita?" (1982), es una autora, cuanto menos, complicada. Nacida en 1905, testigo directo de la Revolución Bolchevique, apasionada e inflexible defensora de la libertad humana, no aceptaba medias tintas ni concesiones a sus idearios, y las reacciones que despertó y sigue despertando en numerosas personas van desde la adoración hasta el más profundo de los desprecios.
No obstante, pese a haber mucho que comentar sobre la personalidad única de esta mujer, lo que me interesa discutir son sus ideas, vertebradas en un paradigma filosófico muy concreto: el objetivismo, y concretamente dos de las críticas más oídas hacia dicho sistema filosófico.
La confusión entre valor objetivo e intrinsicismo
A menudo se acusa a Rand, principalmente desde la economía, de no entender la subjetividad del valor, esto es: la consideración particular de cada individuo hacia cualquier bien económico. Según los intereses, conocimientos, visión personal, capacidades y multitud de variantes que conforman la personalidad, dos personas pueden proyectar un valor radicalmente distinto hacia un determinado bien o servicio.
Para entender esta apreciación es necesario definir otros dos conceptos: el del valor objetivo y el de intrinsicismo (que, en este caso, podría considerarse como "teoría del valor intrínseco").
La teoría del valor objetivo, sostenida por Adam Smith, David Ricardo, Rodbertus y Carlos Marx, y estrechamente ligada a la teoría del valor-trabajo, defiende, para empezar, que no es suficiente con que un bien se produzca para satisfacer una necesidad, sino que además éste debe ser susceptible de intercambio (distinguimos, así pues, entre valor de uso —aquel referido a la capacidad de dicho bien para satisfacer una necesidad humana—, y valor de cambio).
Seguidamente, el valor de cada bien económico puede medirse en función del trabajo que dicho bien lleve incorporado (una afirmación que nos lleva a reflexionar y tratar de definir qué es exactamente "trabajo").
La teoría intrinsicista del valor, por su parte, defiende que cada bien existente posee un valor por sí mismo, un valor que se asienta sobre las propiedades y características naturales y fundamentales de los bienes.
Por lo tanto, este valor existe al margen de las consideraciones personales. Hablamos, pues, de un valor autónomo y autoconfirmado.
Volviendo al tema en cuestión: es fácil dar por sentado que Rand defiende esta última teoría (que ni siquiera es la del valor objetivo, pero pueden confundirse) dada su costumbre a exacerbar la razón y la objetividad, afirmando que en el universo no existen las contradicciones: A = A; un átomo es un átomo; un ser humano es un ser humano. Sin embargo, en su libro "Filosofía, ¿quién la necesita?", vemos un ejemplo muy concreto que hace para comentar los diferentes sentidos que cada persona otorga a la vida y que deja bien claro que ella entendía la subjetividad del valor.
Se trata del ejemplo de la mecanógrafa y el lápiz de labios: desde fuera, no podemos entender realmente ni juzgar acerca de la necesidad de una persona sobre nada. En este ejemplo, Rand plantea que muy posiblemente para alguna mujer el hecho de pintarse los labios para ir al trabajo puede significar, en palabras de la autora "la diferencia entre el glamour y el aburrimiento". Para mí, que no soy una persona aficionada al maquillaje, si solo tengo en cuenta la utilidad que ese artículo me ofrece, su valor es cero. Para la mujer de ese ejemplo hipotético (pero para nada descabellado), no.
"No llevó sus ideas políticas hasta sus últimas consecuencias"
Ayn Rand siempre dio por sentado que, "dada la naturaleza humana", es imprescindible la presencia de un órgano monopolista de la violencia en cada país siendo que, según la autora, el sistema de "gobiernos en competencia" desembocaría irremediablemente en enfrentamientos armados constantes por parte de grupos interesados en el poder.
Esta postura es, simplemente, un rechazo concreto a las ideas anarcocapitalistas, pero si esa misma vara aplicásemos a autores de corte liberal como Ludwig von Mises o Friedrich Hayek, tampoco ellos habrían llevado sus ideas hasta las "últimas consecuencias". Decir que la filosofía de Rand es incompleta (que ciertamente lo es, como todas las filosofías) porque no completó "la línea evolutiva" (por llamarlo de alguna forma) del liberalismo, es falso y contrario a la multiplicidad de posturas dentro del propio liberalismo. Lo más que se puede es, por parte de muchos, lamentar que Ayn Rand fuese más bien minarquista que capitalista libertaria, lo que hace de la crítica algo subjetivo. Hay que recordar, además, que el segmento del liberalismo que se opone abiertamente a la existencia de cualquier Estado es una rama muy concreta y ciertamente minoritaria dentro del movimiento liberal.
Pero sobre todo, hay que notar que si Rand partió del punto "el Estado es necesario" (y respaldada esta premisa con sus correspondientes argumentos complementarios), entonces sí llevó sus ideas hasta las "últimas consecuencias", pues lo que a ella le interesaba es qué forma de gobierno podría acoplarse mejor a la naturaleza humana.
A día de hoy, 35 años después de su muerte, el legado de Ayn Rand sigue suscitando discusiones (a menudo bastante airadas) sobre múltiples temas relacionados con el mundo del arte, la política, la economía y la filosofía.