Desde hace más de tres décadas, en el sistema educativo gallego, cuando se realiza alguna referencia a la situación Sociolingüística de Galicia, se habla de la existencia de una Lengua A y de una lengua B. No se trata de un concepto propiamente gallego, sino de un planteamiento importado, popularizado en el caso gallego gracias a los trabajos de sociolingüistas como Manuel Portas, autor de Língua e Sociedade na Galiza.

De esta forma, basándonos en una adaptación del concepto de diglosia de Ferguson (pues este autor, realmente, consideraba que la diglosia sólo podía darse entre dos variedades de una misa lengua, y no entre lenguas diferentes en contacto), se considera que la lengua A es aquella que recibe apoyo institucional, mayor prestigio social y usos normalizados.

La lengua B, por su parte, estaría sometida a una situación de desprotección, carente de prestigio y destinada a usos menos elevados. Implícitamente, la lengua A sería más útil, desde una perspectiva prejuiciosa, que la B. No hay que especificar, llegados a este punto, que la lengua A sería el español y la lengua B el gallego.

Realmente, insistimos, se viene hablando de lenguas A y B en Galicia, y se viene repitiendo este discurso desde hace ya demasiados años, sin por ello conseguir erradicar los prejuicios sobre la lengua gallega, ni tampoco lograr una concienciación mayor entre los jóvenes que guardan una actitud intolerante con el uso de la lengua gallega y con los gallegohablantes. No entraremos en por qué se continúa de forma empecinada con esta postura ni que posibles intereses políticos mueven a esta persistencia.

Sin embargo, no dejamos de reivindicar un necesario cambio de discurso.

En nuestra opinión, en Galicia no hay lengua A ó B. Sí, en efecto, la lengua gallega se encuentra en una situación de falta de normalización dentro de sus fronteras, pero ello no puede ser excusa ni para la continuación de un discurso paternalista o proteccionista ni para seguir con un victimismo que trae consecuencias más negativas que positivas.

De este modo, el gallego y el español deben presentarse como lenguas parejas, en igualdad de condiciones, sin superioridades ni inferioridades, sin lenguas A ni B, sin el lamento de la diglosia ni el fusilamiento ejecutor del bilingüismo armónico, sin el chantaje emocional de "nuestra pobre lengua que debemos proteger". Y es que ya hemos comentado en más de una ocasión: defendamos menos la lengua y usémosla más.

Las manifestaciones son estériles y sólo persiguen intereses partidistas. Sólo con la creación de espacios de uso (de forma transversal) y sólo con la articulación de un nuevo discurso podremos afrontar con optimismo "mil primaveras máis".