Tonya Harding fue la campeona norteamericana de patinaje artístico que realizó por primera vez un triple salto, hasta aquí podríamos preguntarnos si esto es suficiente para realizar un film sobre la historia de esta deportista. Realamente Tonya Harding se la conoce como la mayor villana de la historia del deporte de los USA, y un personaje de novela bajo cualquier vértice de su historia vital. Ella junto a su pareja fue la responsable de la lesión de su principal competidora y compañera de equipo norteamericano olímpico la patinadora Nancy Kerrigan.
Una odisea que tenía como objetivo de apartarla del equipo estadunidense olímpico de patinaje artístico.
La historia que el realizador Craig Gillespie nos plantea sin mucho acierto cinematográfico la extraña y perversa educación –ejemplo de la competitividad sin límites-que la madre de la esquiadora inculcó en la chica, una niña que venía de un estrato cultural bajo en Obregon. Pero que sin embargo encaja como un guante en la cultura de éxito individual norteamericana, y también el escándalo que provocó, solamente hay que contar las entrevistas realizadas a Tony Harding en su vida. Es decir llevar los valores del hombre hecho a sí mismo norteamericano en busca de la conquista, a través de las riendas de una mujer en un contexto muy duro y “paleto”.
Todo vale bajo la visión de un deporte elitista en la memoria colectiva mundial, y aún más en la sociedad norteamericana, reservado a las clases acomodadas. La crítica social por tanto está abierta, aunque el sentido del humor que tiene el film nos lo entrega bajo una visión un tanto destartalada y surrealista del personaje y los hechos –desacierto del director. La labor de los actores es brillante, aunque el film nos vuelve a empujar al abismo de los vicios del Cine americano, peso de la historia narrada y de los actores sobre las imágenes.