No vamos a encontrar nada nuevo bajo el sol pero no hace falta con Robert Guédiguian (Marsella 1953), ni con Ken Loach, porque de eso se trata en estos tiempos de neoliberalismo –objetivistas del ego- destructor de las bases éticas de las sociedades. Inmorales, impresentables… depredadores en el poder –dígase en la Comunidad de Madrid, por ejemplo- no tenemos más bilis para tanta nausea. Hay tanta morralla haciendo Cine en USA, algunos incluso han salidos de España, con estas ideas aniquiladoras que volver a concienciar desde los valores de la fraternidad, la igualdad y la libertad, es decir el Humanismo, es una labor recurrente y siempre necesaria.

Esto lo sabe el director marsellés y el de Manchester al ver la descomposición moral que corroe, no solo los Estados que un día se erigieron garantes de la sociedad del bienestar, también las cabezas de unos cuantos económicas y políticos que quieren reinventar la felicidad quitando de en medio a la mitad de la población

Robert Guédiguian – en mi cabeza la hermosa película Marius y Jeannette o la Ciudad está tanquila (la ville est tranquile), Á láttaque! o Las nieves del Kilimandjaro (les nieges du kilimandjaro)- nos propone de nuevo el ejercicio de memoria, retomar siempre los valores humanistas –los valores de la izquierda, que debe siempre reconstruirse desde la idea del bien común. Como siempre sus tres actores fetiches: Ariene Ascaride, Jean Pierre Darrousin y Gérard Meylan en el espacio donde son y se encuentran (a la par todos son de la misma ciudad y amigos desde una purrela de años) Marsella.

Los últimos días del padre de familia reúne a los hijos y con ello la historia de luces y sombras que todas las familias llevan consigo. Deudas morales, unos que se quedaron, otros que se fueron para hacerse populares. Decisiones vitales, quedarse en el pueblo, cuidar a los padres y el negocio… salir del rincón familiar y vivir una vida despreocupada de esas responsabilidades.

No hacen sangre, simplemente se recuerda… En el medio los valores de los hermanos y en el contexto los valores de la sociedad. Guédiguian da el honor de ser el vigilante de la prisión, llamada Europa, a un policía de color. La paradoja es contemplar como la Francia democrática ofrece la labor del carcelero a un negro –completamente integrado- que vigilará la costa de la llegada de inmigrantes ilegales.

Un antiguo inmigrante encarcelará a otro. Esta eterna paradoja se repite mucho en cualquier mitin del PP que invite a cualquier asociación de inmigrantes a una fraternal colaboración.

El director francés recoge todos esos detalles de la infamia e hipocresía de la ideología del poder, o más bien de la base racista y conservadora de éste (derecha). Solo la fraternidad nos salva, nos vuelve a recordar en este encuentro con el Humanismo en el celuloide. La familia es en este caso el péndulo que mide los principios morales de las personas en un núcleo pequeño, atomizado. La localidad, sus relaciones con el individuo, el espacio donde esos principios muchas veces se diluyen por la seguridad común –un eufemismo de la derrota de las libertades- al fondo el mar del Mediterráneo, ¿quién le pone diques a eso? Ahí tenemos a la comunidad global, la fraternidad humana. No nos queda otra que amarnos.