Parece que estuviera hecho en primera persona, el film de la directora Greta Gerwing tiene mucho, supongo, de autoretrato. La finura con la que construye el personaje de esta chica pájaro (Saoirse Ronan), ahonda sus raíces en ese juego del autoconocimiento que tan bien lo han llevado a la pantalla tipos como Woody Allen, desde la perspectiva de la neurosis colectiva de un neoyorquino –en este film también ocurre, todo empieza en el deseo de NY frente a Sacramento, el lugar donde habita la joven. Una comedia tipo dramática-existencial, a la que parece haberse especializado el binomio Gerwig-Baumbach –a la par este último pareja de la directora- y que se adentra en una historia introspectiva de los miedos y sinsabores de la adolescencia.
No es naturalismo europeo, tiene tildes de ficción y reconstrucción americana de los hechos. Es un film hecho con mimbres poéticos y románticos, de una vida, la de una joven adolescente que no quiere estar en el lugar donde le ha tocado vivir. Un ser que no está en su mundo, que la han colocado sin permiso en un contexto adverso.
La vida de la chica pájaro es una historia delicada y ensoñadora de una adolescente, que como todos en ese instante, nos sentíamos alienados en todos los frentes, hábidos por controlar una vida que aún no nos pertenecía. Los recursos cinematográficos del film la entroncan en lo mejor del Cine indie norteamericano como Juno o Ghost World.