Adaptación del director Mike Flanagan de la novela de Stephen King (“The Gerald’s Game” 1992). El mismo King reconoció que era una de sus novelas más complejas para llevar a la gran pantalla, pero, unos años después, finalmente, Flanagan se atrevió con este film que podríamos clasificar de suspense psicológico, ya que es una de las novelas con menos componentes de terror del novelista.

Jessie y Gerald son un matrimonio de mediana edad que se dirigen en coche hacia una apartada cabaña junto al mar, en medio de un extenso y verde bosque. Van en busca de tranquilidad e intimidad, con el propósito de reavivar la llama de su matrimonio.

Todo está dispuesto para ello: Jessie incluso se ha comprado lencería nueva para la ocasión, y Gerald ha hecho todos los preparativos en la casa, que les espera en perfectas condiciones solo para ellos.

En la privacidad de su dormitorio, Jessie repara en el frasco de pastillas azules que descansa sobre la mesa. La velada romántica prometido debe ser perfecto. Cuando él vuelve a entrar en la habitación, lo hace trayendo consigo la sorpresa: un juego de dos esposas. Pocos segundos más tarde, una segunda e inesperada sorpresa: Gerald muere de un ataque al corazón.

“Ponte las pilas”

El pánico se apodera de Jessie, encadenada a la cabecera de la cama cubierta por el cuerpo sin vida de su marido. La negación y el horror iniciales la sumergen en un viaje en el que la desesperación y la absoluta soledad se convierten paradójicamente en dos potentes aliados para lograr un solo objetivo: sobrevivir.

Al borde de la locura, entre su huida de la realidad y la necesidad de aceptación, su mente le grita a voces el secreto que ha guardado celosamente desde la niñez, y le suplica: “recuerda”. Esas voces que provienen de su marido muerto, al que ve "resucitar" milagrosamente levantándose del suelo, y pasearse por la habitación, ante la incredulidad de su mirada atónita.

Las voces que le susurra la "otra" Jessie, su "alter ego" que intenta despertar su poder y romper esas esposas, que lleva puestas desde hace tanto. Y aún las de una tercera Jessie, que aparece en sus sueños, la "muñeca" de "papi", la pequeña Jessie olvidada en el banco de la casa de la playa, de grandes ojos tristes, estancada en su eterna pubertad.

Y todas esas palabras se convierten en un puzzle en la mente de la mujer encadenada, ninguna dicha al azar, todas con un propósito. Sueños, realidad e imaginación se entremezclan y se confunden, y una mujer al borde de la locura lucha desesperadamente por unir todas las piezas y escapar.

Y es esa tensión, esa lucha interior, esa mirada introspectiva, entre dos partes antagónicas de sí misma, sus demonios y sus miedos contra su capacidad para vencerlos y recuperar la libertad, la que mantiene en su butaca al espectador, ansioso por descubrir, finalmente, quién gana el juego.