Hacía tres años desde su último disco de estudio. Desde entonces, habíamos podido verla públicamente sólo de forma ocasional, como por motivo de su gira tour Si Dios quiere yo también. En enero del presente año sorprendía a todos enviando a las redes sociales varias tomas de una sesión de fotos, cuya razón es ilustrar y acompañar a su último disco, Nacidos para creer, que salió al mercado el pasado 26 de enero. En ellas, y antes de escuchar su música, admiramos a una Mujer remozada, pese a sus 41 años, y con una fisonomía envidiable.

¿Una artista mejorada?

Atrás quedó la imagen de esa cantante entradita en carnes, pero mona, a la que nos tenía acostumbrados. La nueva Amaia, que justifica su cambio de imagen asegurando que siempre ha sido “un yo-yo”, entendemos que se refiere a su metabolismo, reaparece con su look más sexy, como podemos comprobar en la portada del disco, donde posa embutida en un bañador negro y unas medias de rejilla. Según fuentes cercanas a la cantante, ha podido bajar de talla gracias al cumplimiento de una estricta dieta.

No nos incumben los motivos, reales o no, de su espectacular cambio. Y más cuando tal cambio redunda en una salud incrementada. Pero nos escama el hecho de que, antes del prometido disco, se difundan estas imágenes de la sesión de fotos, con la clara intención de incendiar las redes y que haya más expectación.

Y nos entristece que una cantautora tan querida, intérprete de temas clásicos como Cántame al oído o 20 de enero, y cuyo timbre de voz es inconfundible, tenga que recurrir a la imagen para vender su música, uniéndose así a esa larga lista de divas del pop que deben mostrarse como tías buenas, si se me permite la expresión; o como “ese oscuro objeto del deseo”.

Una declaración de derechos

La letra de su nuevo sencillo, de título homónimo al del disco, parece contarnos algo de una viraje hacia la madurez, de una catarsis espiritual, que podría explicar, en parte, su buen aspecto. También hace de su autonomía y libre albedrío, de la sinceridad en las relaciones, en esta nueva etapa, la condición necesaria para acceder a su lado más íntimo.

Parafraseando su letra, nos confiesa que hay gente que encuentra raro que no esté casada a los cuarenta. Que pocos han sabido desnudarla, que muchos "le hacen la cama". Que otros han jurado que bebe, y que en persona no vale nada. Que hace dos o tres tallas que no entra en sus vaqueros. Y que a veces le entran ganas de volverse y decirles a todos ellos:

"Si tú no sabes nada de mí,

Ni dónde ni con quién ni cuándo.

Si cuelgo a dios o al diablo en la pared;

A qué me atreví o que nunca haré.

¿A cuánto vendes tú la verdad?

¿Quién te dio vela en este entierro?

No busco un clavo ardiendo,

Y si miro atrás, tú no estás ahí,

Con los que pondrán la mano en el fuego por mí".

Una diva ibérica

Paradójicamente, en el videoclip que acompaña a este bonito tema, vemos a Amaia a media luz, en un escenario opresivo; denuncia clara de sus ganas de cambio y libertad.

También, y tal vez como un gesto de autoafirmación, la vemos segura de sí misma y de su imagen. Gritando sus principios. Bailando con una camiseta interior ajustada y, ¿quién lo iba a decir?, con un cuerpo de baile femenino detrás, siguiendo una coreografía en el más puro estilo Madonna.

La canción realmente es sobresaliente, aunque su estilo sigue las pautas anteriores de composición de la guipuzcoana. Pero el videoclip, creemos, no le hace justicia. Está escenificado en una cárcel para mujeres, en lo que parece la representación castiza de una “idea prestada”: el videoclip Telephone, de Lady Gaga y Beyoncé. En cualquier caso, gracias por regresar, Amaia.