Definitivamente comparar una jugosa naranja con nuestra pareja perfecta, es una de las metáforas más brillantes que se le haya podido ocurrido a cualquier mortal.

¿Quién sería el genio creativo que en alguna campaña publicitaria consiguió una expresión tan original y logró perpetuarla por los siglos de los siglos?

Curiosamente esta frase es más antigua de lo que podemos suponer y su origen se remonta a la época de oro griega.

La “media naranja” aparece por primera vez, en una obra de Platón escrita sobre el año 350 a.c. titulada “El Banquete” o El simposio.

Tras la celebración del banquete, Aristófanes (poeta de comedias) cuenta que en un principio, la raza humana era muy diferente. Los seres eran redondos como las naranjas; tenían dos caras opuestas sobre una misma cabeza y se desplazaban rodando como pelotas. “Los cuerpos eran robustos, vigorosos y de corazón animoso, por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo y combatir con los dioses". Ante aquella osadía, Zeus, decidió separarlos en dos. El problema surgió después: "Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar su otra mitad; y cuando se encontraban, ambas se unían en un abrazo perpetuo; llevadas por el deseo de lograr su antigua unidad perecían de hambre, no queriendo hacer nada la una sin la otra".

Esta historia lejos de parecer romántica encaja perfectamente en la tragedia, al más puro estilo griego y cuya moraleja sería que los seres humanos estamos condenados a buscar entre nuestros semejantes a nuestra media naranja con la que unirnos para poder sentirnos "completos".

Reflexión

Después de conocer el mito, sería interesante reflexionar y preguntarnos: ¿creemos que nos hace falta realmente una mitad?

Sería cruel pensar que fuimos creados como seres incompletos, que sólo tenemos una única posibilidad de complementarnos con alguien y que si no lo encontramos estamos condenados a la infelicidad.

Cuando dos personas se enamoran y logran ser felices juntas es fruto de su capacidad de amar, de sus habilidades y esfuerzos para entenderse y compenetrarse, de su paciencia y de su inteligencia emocional.

En realidad, para que una pareja “funcione” necesita que sus dos miembros sean personas completas, independientes y felices.

Así mismo, una persona tiene la capacidad de alcanzar la felicidad sin estar unida a otra si así lo decide, aprendiendo a amarse a sí mismo y comprendiendo que somos seres únicos, perfectos y completos que no nos falta ningún trozo ni mucho menos una mitad, para alcanzar todo lo que nos propongamos en la vida.