A seis años de su muerte, sigue siendo un icono de moda, referente musical, amada y odiada, icono de mujer difícil, de sufridora, de ojos grandes y asustados, de querer y no poder, de cigarros y guitarras, de alcohol y ansiolíticos, de micrófonos y eyeliner, de tatuajes y zapatos sucios...Amy estaba rota y creí que mi tarea en la vida era recomponer esos trozos y hacer de Amy una persona entera, esa que siempre quiso ser. El mundo de la Música perdió otra más de esa larga lista de cantantes extravagantes y bordes, a los que se critica con una facilidad fluida y sin escrúpulos.

De esos famosos que nacen para cambiar el mundo pero que no son capaces de cambiarse a ellos mismos.

Con Amy murió mi capacidad de creer que en la vida las cosas siempre acaban bien.

Quizá lo que yo vi en Amy fue una versión oscura de mí misma, en Amy vi una oportunidad de salvarme a mí misma también.

La primera vez que escuché a Amy algo pasó dentro de mí

La primera vez que vi a Amy fue en el videoclip "rehab".

Alguien me propuso que viera y escuchara cantar a una chica judía del este de Londres, delgada, algo pequeña, tatuada y borde a rabiar...yo y mi imán para atraer personalidades destructivas, la escuché. Entonces quedé prendada de un maquillaje a lo "pin-up", de un pelo enredado y negro, y de una voz....una voz que parecía desgarrarse y romperse, una voz que me decía que no, que no iba a rehabilitarse de unos vicios que no creí que de verdad tuviera.

El efecto Amy caló profundo en mí y empezaron a manifestarse los efectos secundarios de una droga apellidada Winehouse.

La videollamada por Skipe de Amy que cambió mi vida

El efecto que Amy causó en todos mis sentidos me llevó a buscar desesperada la manera de poder ponerme en contacto con ella a toda costa, así conseguí ser su presidenta del club de fans.Esa Amy-obsesión me llevó a encontrarla por Skipe en un intento de hacer realidad el sueño efímero de que ella supiera quién era yo y de que además, ella me hablara.

Y ese sueño se cumplió en forma de videollamada.

De fondo, en una habitación medio iluminada, surgía una Amy sentada frente al ordenador de su casa en Camden, mirando cómo una chica española la miraba sin decir palabra, paralizada por la sorpresa. Mi inglés nivel medio de academia empezó a salir de mi boca temblorosa, mientras Amy entre sorprendida y divertida, me hacía gestos para que le hablara.

Nuestra primera conversación, entre otras más, osciló entre mi repertorio de libros, discos, posters, camisetas hasta mi repertorio de "te quieros" los cuales recibía con la ternura de una niña que estuviera a punto de comenzar a dar palmaditas de alegría. La expresión de la cara de Amy al ver su imagen tatuada en mi brazo, pasó de una sorpresa inicial a unas tiernas lágrimas que brotaron de unos ojos tímidos y tristes.

Cuando la gente me pregunta el por qué de mis tatuajes de Amy les contesto con orgullo y altivez que ella era mi pequeño amor platónico, mi niña, mi diva, les digo que presido su club de fans, y que además, hablaba con ella por Skipe.La reacción de la gente va desde silencios y sorpresa, hasta rostros de compasión por las dos quizá, y no me importa.

Después de pasar por el plató de Espejo Público, me llevaron a Londres el día de su entierro

Para dar credibilidad a mi historia, siempre acabo indicando a los que me preguntan, el link del video en youtube en el que salgo en Londres.

Ese fue el final de una historia que me hubiera gustado no protagonizar, ya que eso significaría que Amy seguiría viva.Caminar por las calles de Camden sin Amy fue una especie de cuento abstracto, una pesadilla, un mal sueño del que pareciera que podría despertar en cualquier momento.

Amy fue de esas personas que no saben salvarse, que necesitan ser salvadas, y yo soy de esas personas que van por el mundo creyendo en los finales felices.

Como dijo alguien alguna vez:

Que haya siempre una mujer cantando en el horizonte cuando nos dirijamos a la muerte.

Que esa mujer sea amy winehouse.