La posguerra dio a luz innumerables artistas que pusieron a prueba la Pintura, dejando que se expresara cruda, desmaquillada y desprovista de todas sus funciones representativas.

Uno de ellos fue, sin dudas, el que más se destacó durante este período: Jackson Pollock.

Siguiendo los lineamientos del, en ese entonces, nuevo paradigma del Arte, en el que ya no existían cánones que especificaran cómo había que concebirlo, sino que predominaba la subjetividad del artista como único sistema de mesura de producción; Pollock desarrolló su sello propio, una técnica que se denominó como action painting.

En vez de pintar sobre un caballete, extendía sus lienzos en el suelo y, moviéndose con soltura a su alrededor o corriendo encima de los mismos, dejaba chorrear o arrojaba violentamente la pintura con grandes pinceles y latas agujereadas. Por esto es que quizás el momento de producción de Pollock se convirtió en una ceremonia, en un estado de éxtasis y de trance, donde mandaba su inconsciente; y que fue capturado muchas veces por fotógrafos que se desvivían por documentar la labor del que fue catalogado en algún momento como el "mejor pintor que Estados Unidos de América había tenido jamás".

A pesar de un éxito abrumador, que le llegó gracias a la millonaria Peggy Guggenhaim y a su amigo Marcel Duchamp, Pollock luchó toda su vida contra un serio problema de alcoholismo.

Sin embargo, ni su adicción ni sus demonios le evitaron hacer del caos una auténtica obra de Arte.

¿Y qué podría tener este artista torturado en común con una niña de diez años?

Aelita Andre nació el 9 de Enero de 2007 en Melbourne, Australia. Hija de un pintor australiano y una fotógrafa rusa, se considera la pintora más joven del mundo.

A los dos años tuvo su primera exposición en solitario, y desde entonces sus obras abstractas se exponen en prestigiosas galerías de arte mediante las cuales logró captar la atención de coleccionistas y amantes de la pintura alrededor del mundo, habiendo incluso vendido un lienzo por la exorbitante suma de 30.000 Euros.

La pequeña prodigio demostró tener una gran intuición para la composición de colores.

El uso de éstos en sus cuadros es sorprendente. Sus padres mencionaron en numerosas ocasiones, ante el escepticismo de muchos que no creen en su temprano talento, que Aelita pinta por juego y afición, utilizando una técnica muy similar a la del máximo exponente del expresionismo abstracto estadounidense.

Con sólo diez años, actualmente Aelita cuenta en su haber con más de 200 obras y respuestas favorables de grandes medios en relación a su trabajo y a su vertiginoso éxito, como la BBC, la revista Time, The Washington Post, The Sydney Morning Herald, ABC news y el New York Post.

En estos tiempos en que el arte contemporáneo se va volviendo más y más conceptual, nuevamente se vuelve difícil distinguir qué es lo que convierte un trabajo en una pieza artística: ¿el objeto en sí mismo, la historia detrás, o ambos?

Pero la llegada de Aelita al escenario artístico mundial formula preguntas con mayor profundidad, acerca de qué es lo que convierte a un prodigio en tal y hasta qué punto el artista importa. ¿Sus cuadros se venden por miles de euros sólo porque es muy joven? ¿Debe un prodigio en algún momento romper con sus propios esquemas y sorprender para seguir siendo vista como tal? ¿Los genios precoces existen o son un producto creado por el entorno cultural y la publicidad?

Quizás es imposible encontrar hoy respuestas a estos interrogantes. Quizás seguimos pensando como en la Era Pollock y la subjetividad del artista sea todo lo que importa.

O tal vez nada de eso tenga validez, y el espectador sólo deba asimilar lo que el cuadro le ofrezca sin prejuicios, sin opiniones preconcebidas de antemano, dejándole la libertad a los sentidos que estos dos artistas sintieron a la hora de crear.