Hace ya tiempo que hemos pasado esa línea en la que en Hollywood, con que una película tenga el suficiente éxito, ya se trabaja en una segunda entrega. A día de hoy ya lo podemos ver como algo completamente normal y previsible. Sin embargo, tras ese paso queda otro más difícil todavía: ¿cómo se enfrenta una productora a esa nueva película, continuación de un éxito que ha puesto el listón alto?¿Debería utilizar las mismas herramientas que su predecesora y asegurarse un nuevo beneficio o una vez que está hecho el trabajo de calar en el público puede ir más allá en la historia y en los personajes?
Parece que de momento estas son las dos principales opciones que manejan los estudios cuando se enfrentan a nuevas entregas de películas de éxito, y ambas son igual de válidas siempre y cuando se realicen de manera correcta. Lo que sí suele ser habitual es que, al menos en las segundas partes, se utilice al mismo reparto y equipo técnico que en sus predecesoras, manteniendo una línea lo más continuista posible.
En cuanto a la que nos ocupa hoy, John Wick: Pacto de Sangre, podríamos enmarcarla dentro del grupo de las que siguen la línea marcada por su predecesora. De hecho el principio es una continuación directa de la anterior, enfrascándonos desde el primer momento en la acción y las persecuciones para marcar el territorio y dejar claro que eso es lo que vamos a ver durante el resto del metraje.
Además, es muy curioso esos primeros segundos de película donde lo que vemos son imágenes de hace casi 100 años: un montaje de algunos de los mejores momentos de las obras de Buster Keaton, genio y maestro de slapstick.
Porque si por algo ha destacado John Wick, tanto en su primera película como en esta, es por el gran uso que hace del cuerpo del protagonista en las escenas de acción. Estas se convierten en perfectas coreografías donde las balas y la sangre monopolizan la pantalla, donde el protagonista "baila" con todos los enemigos que osan enfrentarse a el (creo que en esta ocasión son más incluso que en el la primera entrega) y donde las caídas, saltos y golpes son la base de la película y de su discurso.
En John Wick: Pacto de Sangre se puede observar una evolución de las herramientas que utilizaban genios como Keaton en la expresividad de su cuerpo en vez de utilizar los diálogos. Es evidente que aquí se pierde toda intención cómica en la propuesta, pero sí que se tiene esa intencionalidad y claro ejemplo de ello es la mecanización en los diálogos del protagonista: frases cortas, de apenas un par de palabras, e interpretadas de manera impersonal. Es el cuerpo el que habla por él, el que muestra sus inquietudes y su verdadera esencia, y son el resto de los personajes los que complementan esa información, pero no el propio protagonista.
Con esto no pretendo decir que ambos personajes, John Wick y los creados por Buster Keaton, sean iguales tanto en su trabajo como en su representación y calidad, ni mucho menos, pero sí que se nota esa influencia en su ejecución.
Para todos los que disfrutaron de la primera entrega, esta tiene más y mejor de lo que ofreció aquella, por lo que no defraudará. Y es normal que si mantienen esta línea tan continuista, el éxito esté asegurado y estén trabajando en una tercera entrega. Sin desvelar ningún spoiler, el final de John Wick: Pacto de Sangre se presta mucho para poder ver al personaje de Keanu Reeves de nuevo en la gran pantalla.