El 28 de marzo de 1942 moría Miguel Hernández a la edad de 31 años en la cárcel de Alicante. Más bien le dejaron morir de tuberculosis después de conmutarle en el año 1940 la pena de muerte por la de 30 años de prisión. Las condiciones nefastas por las que atravesó en su peculiar cautiverio, pasó de agujero en agujero mugriento cada vez que le cambiaron de cárcel, le llevaron a contraer la enfermedad que le llevó a la muerte.

En Alicante compartió celda con otro de los grandes de nuestras letras Antonio Buero Vallejo.

Fue el propio Buero Vallejo el que realizó el famoso retrato de Miguel, un rostro ya inmortal al igual que sus versos. La poesía de Miguel Hernández no fue reconocida de inmediato, fue gracias a la labor de Rafael Alberti quien llamó la atención a sus colegas de generación, Federico García Lorca, Guillén, Cernuda de aquella voz que venía del pueblo. En un principio no hubo reconocimiento hasta que de apoco la voz de Hernández se hizo hueco en una generación que no tenía los orígenes austeros del poeta de Orihuela.

El poeta pastor, hombre con un corazón enorme, de una sensibilidad llana que supo escribir y poner voz a los excluidos, fue sin lugar a dudas, la palabra que mejor supo expresar los anhelos del pueblo y sus ansias de romper cadenas. Si Federico García Lorca fue el icono generacional, el asesinato mezquino, es Miguel el poeta del Amor y de la Guerra de España, como bien lo expreso en su libro Poemas de Amor y Guerra. El poeta militante, de trinchera, sudor, sangre y lágrimas, también del hambre y de las tragedias de lo humano en una guerra que fue símbolo de la lucha por la libertad. Vicente Aleixander fue el que mejor y más gratas palabras de apoyo por Miguel tuvo siempre. Un amor profundo hacia él, como también el sentir sin reservas que Pablo Neruda profesó al poeta de Orihuela.

Miguel nunca tuvo dudas de coger el fusil y combatir en el frente contra el franquismo, hecho que le otorga, frente a todos los poetas de generación, sobre todo ante Rafael Alberti, una condición de integridad y respeto. Recordar siempre a Miguel, decía el Neruda, desaparecido en la oscuridad, era un deber de amor.

Su actitud y su corazón son los que hacen de Miguel Hernández la voz de la libertad, y el recuerdo siempre vivo de la lucha. Son sus versos el ejemplo de ese anhelo y así se han ido recuperando hasta nuestros días. Es el poeta más recordado, su obra ha sido la más musicada durante generaciones, siendo Paco Ibañez el primero de muchos en poner música a sus versos a finales de los 60, después de décadas de censura: Andaluces de Jaén/ aceituneros altivos/ decidme en el alma ¿quién?/ quién levantó los olivos. Después llegaron otros como Alberto Cortez, el cantante argentino fue el primero en poner música a las nanas de la cebolla, inmortalizadas poco tiempo después por Joan Manuel Serrat en el álbum Miguel Hernández (1972), donde recogió una docena de poemas inmortales para convertirlas en canciones ya inolvidables: Para la libertad, Nanas de la cebolla, El niño yuntero, Elegía, Canción última, La boca… Un año antes Enrique Morente llevaba a Hernández al flamenco en un disco de homenaje a él.

Camarón de la Isla, Carrmen Linares, Pitingo, Manuel Poveda son algunos de los cantantes flamencos que le han puesto cante a Miguel. Pero no solo en el musicar patrio –podríamos hablar de Labordeta, Amancio Prada, Luis Pastor, Olga Manzano-, es Victor Jara en chile, con su elepé El recado de vivir en paz, Moustaki en Europa, o Joan Baez en el mundo entero, quién más ha hecho reconocer al poeta fuera de nuestras fronteras.

Todos los versos de Miguel Hernández son parte de nuestra memoria compartida. Un legado que ha pasado de generación en generación. Raperos de nuevos sello, o rockeros maleantes han sabido reconocer en esa voz de libertad el amor a la vida. El último que ha puesto oídos a esos versos inmortales ha sido el rapero Nach: Que como el sol sea mi verso, más grande y dulce cuanto más viejo...