"Tal como un río que va creciendo paso a paso, y va empujando las aguas viejas y las cubre lentamente; mas sin precipitarse como lo haría un arroyo nuevo".

Paulatina y sin prisa, nuestra compañera más fiel, así nos acercaba la muerte en La vida no es muy seria en sus cosas; hoy en día, sin embargo, bien podría caracterizar también como ha sido la expansión de su legado al celebrar el centenario natalicio del escritor mexicano Juan Rulfo (1917-1986). Y es que sigilosamente su obra sigue abriéndose camino en todo el mundo, año tras año. Capaz de someter a otros titanes de la Literatura como García Márquez o Borges, y elevado al selecto grupo de otros genios irrepetibles como Kafka, la narrativa de Juan Rulfo no precisa de grandes campañas mediáticas para ganar adeptos.

No lo necesita, tampoco le es connatural.

La simpleza de lo bello o la belleza de lo simple. Próxima, cercana, de cariz poético, así es la prosa con la que el escritor da forma al universo rural mexicano y, por extensión, latinoamericano. Decía José Martí: "no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor". Pues bien, ese mismo es el talento de Juan Rulfo: rescatar y desempolvar la elegancia de lo popular, de lo cotidiano, incluso de lo olvidado; desvanecer la frontera entre pasado y presente, navegando cual Caronte entre lo que es y lo que hubo. Elegante, bello y mágico, pero sobre todo simple y corriente.

Así es nuestra bienvenida a Comala, nuestra invitación a los áridos paisajes de Pedro Páramo o el Llano en Llamas bajo el sofocante calor de la canícula de agosto, merodeando entre las almas que penan y los ecos "encerrados (...) debajo de las piedras".

Así pues, cien años después de su nacimiento, profesar el rulfianismo significa más que nunca recuperar la capacidad de desterrar las férreas estructuras novelísticas más clásicas y concederse el tiempo de experimentar genuinamente la revolución literaria que supone la obra del escritor mexicano.

De este modo, uno sigue siendo activamente partícipe de su fantasía, del realismo mágico que emana en todos sus cuentos y relatos, víctima voluntaria de su jugueteo inocente con una lógica del lenguaje que sigue seduciendo al lector del ayer y del hoy; en definitiva, el mundo ilusorio de Juan Rulfo, lejos de mostrar signos de agotamiento, sigue abriéndose camino en nuestro presente: "la imaginación es infinita, no tiene límites, y hay que romper donde se cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de escape, y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse".