En la actualidad, disfrutamos en nuestras casas y ciudades de una serie de comodidades, como el agua corriente o los servicios de limpieza, que están tan integradas en nuestras vidas que ni las apreciamos. Sin embargo, mirando atrás, en la antigua Roma no hubo tantas facilidades.

Los gobernantes romanos pusieron mucho interés en que sus habitantes tuvieran acceso al agua corriente y pudieran evacuar sus inmundicias con facilidad, pero en realidad no todos tenían tuberías en sus casas. Las letrinas domésticas, consistentes en una placa agujereada y descansada sobre dos soportes de mampuesto, o en un simple agujero en un cuchitril, se evacuaban manualmente.

Hay que tener en cuenta que, en los grandes bloques de casas, los canales de agua sólo pasaban por las plantas bajas.

No obstante, para garantizar un mayor bienestar público y una relativa limpieza de las calles, las autoridades romanas instaban a la buena conducta ciudadana instalando vertederos de basura en lugares accesibles y letrinas bastante numerosas por toda la ciudad.

Las letrinas públicas eran, a su vez, colectivas. Estaban compuestas de espaciosas salas por las que, a lo largo de sus paredes, corría una larga banqueta de mármol, con una serie de agujeros ovoides practicados. En dicho banco corrido se sentaba la gente, sin ningún tipo de intimidad, para hacer sus necesidades mientras, seguramente, entablaban algún tipo de conversación.

De fondo escuchaban el fluir del agua que pasaba sin cesar por los canales situados debajo y delante de los asientos. En la sala, normalmente lujosa, había además una gran puerta que impedía ver las letrinas desde la calle. Los foricarum conductores eran los encargados de mantener estas estancias impolutas.

En Roma, como los canales de la Cloaca máxima no llegaban a todas las calles ni edificios, para deshacerse del agua sucia había que bajar de los pisos y arrojarla en el sumidero más próximo o en la cuneta.

Sin embargo, no era extraño contemplar el lanzamiento de excrementos por las ventanas por parte de la gente menos cívica. Con suerte, no le caía a nadie encima. Así que, para evitar estar situaciones, se promulgaron una serie de leyes que obligaban a pagar daños y perjuicios a las víctimas de tales abusos.

Es posible que Roma, sobre todo en los distritos populares, diera la sensación de ser una ciudad sucia.

Hay que tener en cuenta, por un lado, que nunca se llegaron a pavimentar todas las calles y que el servicio de barrenderos nunca funcionó correctamente. Las inmundicias se acumulaban por todas partes, el agua sucia se evacuaba mal y el olor pudo llegar a ser nauseabundo, sobre todo en las épocas de más calor. Sin embargo, por otro lado, la mala evacuación del agua pudo ser en muchas ocasiones fruto de la negligencia y la incuria, ya que por los canales de Roma pasaban millares de metros cúbicos de agua al día, traídos por los acueductos, que arrastraban en las alcantarillas todas las suciedades.