Siempre se dice aquello de que a veces te apetece comer hamburguesas cuando se trata de defender la preferencia de ver una película intrascendente a una que de verdad deje huella. Cuando se elige una de las consideradas incluso malas, de esas que no tienen más pretensión que verlas y olvidarlas, de pasar el rato como máxima meta, parece que hubiera que justificarlo. ¿Por qué está tan mal visto disfrutar con el Cine de poca calidad, ese también llamado comercial, destinado a las grandes masas, a la cultura palomitera? Tal vez en la misma pregunta esté implícita la respuesta.
Porque está considerado como cine de consumo fácil, realizado por y para un disfrute momentáneo, sin mayores consecuencias que las de la evasión durante el tiempo que dure la película. Hay quien con esto se conforma y quien incluso huye de las fórmulas que no les garanticen estos resultados. Es decir, salvo quienes son asiduos por principio a todo tipo de películas existe una división muy clara entre el público que prefiere el cine comercial y el que siempre se decanta por las películas alejadas de las de los grandes estudios.
Tan respetable es una cosa como la otra, por eso ni unas producciones ni otras dejan de rodarse. Sin embargo hay rasgos que invariablemente van a definirlas y los espectadores que buscan una mezcla entre ambas va a ser complicado que la encuentren.
Es decir, por lo general las grandes superproducciones no arriesgan en sus contenidos, no incluyen temas conflictivos, cuentan con una o varias estrellas de cine o de series de televisión como gancho para sus fans y suelen acabar con finales felices o consecuentes para la historia que hemos ido a ver, caso, por ejemplo, de Titanic, en la que tal o cual personaje podrá, o no, sobrevivir, pero el barco siempre se va a hundir.
Sin embargo, el cine independiente, este es, el producido por estudios pequeños, pueden ser más osados en los temas que tratan. El control de los estudios no es tan enorme porque no se juegan tanto ni en su prestigio ni en la taquilla, no le tienen el mismo miedo a una reacción airada del espectador, y asumen que hay temas comprometidos de los que se puede hablar sin que que la polémica perjudique la carrera comercial de la película.
Es más, a veces hasta la favorece y al dar que hablar el morbo le otorga una mayor atención de medios y de público. No es es esa la única diferencia con el cine comercial que se observa en las pequeñas producciones. Parece una tontería pero el tempo también es una diferencia abismal entre unas y otras. El cine pequeño suele ser mucho más pausado, dejando que lo que ocurre en la pantalla arraigue en aquellos que lo están viendo. No se apresura, no introduce por minutos más fotogramas de los que la mente humana es capaz de visualizar sino que invierte en un plano el tiempo suficiente para asumir lo que a los personajes les pasa.
Respecto a los actores de estas últimas, vienen a ser más o menos los mismos.
Estrellas que han compaginar todo tipo de proyectos si quieren que sus carreras tengan éxito y a la vez prestigio. Lo más probable es que no se pueda tener las dos cosas con una misma película. El mismísimo Jake Gyllenhaal comentó, después de su candidatura al Oscar por Brokeback Mountain, que intervenir en El Príncipe de Persia iba a destrozar su carrera. Nada más lejos de la realidad, pero hasta ellos son conscientes de en qué tipo de proyectos deciden trabajar. Aunque tal vez el mejor ejemplo de un actor cuya carrera comercial funcionó en la taquilla y cuyo cambio de registro al cine más pequeño haya supuesto una consagración inesperada es el de Matthew McConaughey, actor simplemente funcional en grandes películas mediocres que de unos años a esta parte se ha coronado como uno de los más sólidos dentro del cine independiente.
Mud, la miniserie de televisión True detective o su Oscar por Dallas Buyers Club lo demuestran. Y tiene a punto de estreno Interstellar, de Christopher Nolan. Mejor rumbo no ha podido tomar su carrera.
Cierto es que ambas opciones son completamente opuestas, aunque sean complementarias. Sin cine comercial no se puede hacer cine independiente, y siempre va a haber público para ambos tipos de películas, que también estarán continuamente apoyando el que prefieren, por mucho que en alguna ocasión se animen a probar el que no suelen consumir. Si una película da mucho que hablar, la verán, de resto se quedarán del lado del que siempre se decantan. Las costumbres son difíciles de cambiar y cuando tenemos una determinada es porque es la que más nos satisface. No tenemos por qué escudarnos en que a veces nos apetezca comer una cosa u otra, en el mundo audiovisual siempre queremos el mismo menú.