Se podría afirmar que, en general, la belleza de los paisajes de la provincia de León no está en consonancia con el conocimiento popular que de ellos se tiene. Los territorios de las comarcas de Laciana, Omaña o Babia son Reservas de la Biosfera y aunque exhiben parajes absolutamente espléndidos apenas son nombrados como destinos de naturaleza. Visitándolos aún es posible comunicarse con el paisaje y el medio de un modo pleno, en soledad, en silencio. La visión de lo natural aparece casi siempre sin mácula, sin rastros humanos que la degraden o la contaminen.
Pero hay un lugar, de una hermosura sobrecogedora, que todavía es aún más desconocido. Se trata del Valle de Arbás que forma parte también de una Reserva de la Biosfera: la del Alto Bernesga. Inútil que busquéis información sobre Arbás en Internet. Apenas unas referencias de algunos establecimientos hosteleros, un par de rutas y un par de pueblos. Una menudencia que ni de lejos hace intuir la maravilla de este paraje de cuento.
Llegamos a él desde Babia, por la CL-626 que atraviesa la comarca de Luna serpenteando la carretera paralela al río Luna, hasta llegar al enorme embalse que lo retiene. Para que nos hagamos una idea de su tamaño, fueron 16 los pueblos que quedaron sumergidos en sus aguas.
Pueblos, terrenos, praderías, una forma de vida entera fue asolada. Los pastos donde se alimentaba el ganado son ahora praderas submarinas y, sobre ellas, intenta florecer una suerte de turismo acuático de interior.
Nosotros continuamos por la carretera LE-473 camino de La Pola de Gordón. Pero antes debemos desviarnos hacia Villamanín.
Para ello seguimos una pequeña carreterita que bordea una ladera en suave ascenso hasta terminar en uno de esos túneles estrechos, vestigio de otras décadas. Y al salir del túnel, de repente se presenta a nuestros ojos maravillados una escena sobrecogedora. Imposible no detenerse asombrado. Frente a nosotros, ahí abajo, el valle que se pierde con suavidad en el horizonte cercado de montañas.
A nuestra izquierda el camino culebreando hasta llegar a un pueblecito que solo distinguimos a lo lejos: Cubillas de Arbás. A la derecha, una extensión de agua cercada por pastizales que parece un lago y que solo después sabremos que es el Embalse de Casares. Nos parece estar en una escena de una película medieval. Pronto aparecerán guerreros del pasado.
En el aire flota el polen de los chopos creando esa sensación de nieve en verano. Las flores de las cunetas, las violetas y los cardos alcanzan cada una de ellas una perfección imposible. Un panel nos hablará de sus especies y sus tonos. Las flores de Arbás. Aquí y allá pacen caballos negros. De repente, uno absolutamente blanco se asoma como una aparición.
Las vacas también son blancas y negras, como figuras que encierran en sí el principio y el fin de las cosas: el tiempo que no transcurre.
Los pueblos, que aún conservan cierta armonía arquitectónica, primero Cubillas, luego Casares, parecen limitar con los farallones verticales que emergen, enormes, de sus extramuros. La geología habla de una gran ola de roca que ahí varó hace 500 millones de años. Una parte de la cresta de esa ola inmóvil son las llamadas "Tres Marías", la ruta de montaña más conocida de la zona y cuyo perfil abrupto es inconfundible. En el aire planean los buitres, la carretera mira desde abajo las moles grisáceas. Todo el camino evoca ideas de equilibrio y pureza. La naturaleza, aún escindida por obras tan agresivas como el embalse se rebela y se niega a no ser bella y luminosa. Y así, el Señorío de Arbás termina en la Comarca de Tercia.