El veganismo es una ideología, una opción moral. La llamada ética vegana es el nombre para una teoría ética que decide que el veganismo es el código moral más aceptable. La ética es una parte de la filosofía que estudia los códigos morales, promoviendo unos y rechazando otros. Por tanto, el contenido de la "ética vegana" no es otro que el de la moral vegana, más una batería de argumentos filosóficos a favor de este código moral particular.

La ideología vegana es, a su vez, un vástago de otra concepción moral: el animalismo. Se puede decir que los veganos son animalistas ultraortodoxos. Yo, por mi parte, me limito a ser un animalista sensato o razonable. No soy vegano. No lo soy porque considero que es una opción irracional, dada la evidencia disponible. Pero, además, porque es una ideología dogmática.

Se ha dicho que el veganismo es una religión. No lo es: es una moral, una ideología que sigue algunos dogmas. El principal de ellos se deriva de una falacia lógica: de no debemos maltratar a los Animales o de debemos respetar la vida animal, se infiere que no debemos consumir animales.

Esto es una falacia, pues de que debemos respetar a los animales, no se sigue que no debamos consumirlos. Por ejemplo, los leones respetan a los animales que les rodean (no los maltratan por diversión, no los enjaulan, ni les cortan el pico o los castran), pero se los comen. Del mismo modo que del hecho de que debemos respetar lo que hay sembrado en un huerto, no se sigue que no debemos consumir lo que hay sembrado en el mismo. Es más, para consumir lo que se produce en una huerta, hay que respetarlo. Por ejemplo, si nos dedicamos a patear las sandías sembradas, nos quedaremos sin sandías y no podremos comerlas.

Este dogma ciega la racionalidad de los veganos, quienes defienden ideas bastante alocadas y sin sustento palpable.

Por ejemplo, la dieta vegana es deficiente en vitamina D y B12. Ambas son necesarias para la vida humana. La fuente de la que los seres humanos obtenemos estas vitaminas es, en buena parte, de origen animal, por lo que todo el que sigue una dieta vegana está obligado a consumir suplementos de los que obtener dicha vitaminas.

Si usted le dice esto a un vegano, responderá que la vitamina D procede de la luz solar y que la vitamina B12 tiene un origen bacteriano. Ambas son medias verdades y, como diría Gottlob Frege, una media verdad no es verdad en absoluto.

En efecto, parte de la vitamina D que necesitamos proviene de la luz solar y la otra parte de origen animal. En algunos casos, se podría obtener el total de la vitamina D de la radiación solar, pero no en todos.

Así que si usted prescinde de la proporción de vitamina D que le aporta el consumo de animales, entonces es muy probable que tenga carencia de vitamina D, a no ser que tome un suplemento vitamínico. Esto, por más que a los veganos no les agrade, es como 2 + 2 = 4. Es así y no tiene más vuelta de hoja.

Respecto de la vitamina B12, es cierto que es de origen bacteriano. Lo que ocurre es que para obtener la vitamina B12 de las bacterias, tendríamos que vivir rodeados de heces de animales y consumir las verduras sin lavar, lo que nos expone a un sinfín de enfermedades de origen bacteriano. Hay dos alternativas para conseguir esta vitamina: el consumo de animales o el consumo de complementos vitamínicos.

De nuevo, 2 + 2 = 4.

El dogma vegano lleva también a una ceguera ecológica: un ecosistema en el que introduces especies nuevas, es un ecosistema condenado. Dejar de consumir animales de granja implica que las especies domésticas o desaparecen o se introducen en los ecosistemas naturales o permanecen en granjas. La primera opción es lógicamente incompatible con el veganismo; la segunda es una catástrofe ecológica y la tercera lleva tanto a una hambruna generalizada como a una catástrofe ecológica.

El veganismo trata de refutar este argumento aduciendo que el volverse veganos, de forma generalizada, es un cambio gradual. La cuestión es que, gradual o no, seguiremos contando con especies de animales con las que tendremos que hacer algo: vacas lecheras, gallinas ponedoras, ovejas para lana, etc.

A la larga, tendríamos que criar grano o tener pastos o ambas cosas, tanto para el consumo humano masivo como para el consumo de los animales de granja. Por este camino, la demanda de tierras de cultivo sería incompatible con la existencia de terreno inviolado por la mano humana. Esto sin contar con lo que supone el cultivo para, a largo plazo, mantener a una población vegana: pesticidas y herbicidas a mansalva. Un planeta de humanos veganos es insostenible desde un punto de vista ecológico.

A este respecto, los veganos, sin darse cuenta de ello, pecan de un antropocentrismo rancio y anticuado, desdeñable para un animalista racional: los seres humanos ocupan un nicho ecológico, porque también son animales y forman parte de los ecosistemas en los que viven.

Aunque los veganos asuman inconscientemente la absurda distinción entre humanos y animales, los humanos formamos parte de nuestro ecosistema y desempeñamos un rol ecológico fundamental para la permanencia del mismo. Este rol incluye el consumo de animales. Sí, los humanos formamos parte de la cadena trófica. La desaparición de un eslabón en la cadena es catastrófica.

Hasta la Revolución Industrial, los ecosistemas estaban equilibrados, nada se sabía de emisiones de gases a la atmósfera y los buitres se alimentaban del ganado muerto que los humanos abandonaban en el campo. El problema ambiental actual se debe al cambio reciente en nuestra forma de vida, el cual ha sido tan gradual como podría ser la conversión al veganismo de buena parte de la humanidad.

Sin embargo, a pesar de ser un cambio gradual, sus daños se están dejando notar, como ocurriría si gradualmente los humanos nos hiciéramos veganos. No sería la primera vez que las buenas intenciones se convierten en destructivas.

Los veganos menos avispados critican a los que criticamos al veganismo porque, dicen, estamos a favor de matar a un ser vivo. Lo cierto es que este argumento es bastante simplón e infantil. No somos pro-matar seres vivos o no es necesario serlo. Más bien, se critica al veganismo porque se considera que es irracional. De hecho, argumentar de este modo, es una falacia ad hominem. Y resulta insultante cuando se llega a suponer que eso implica estar a favor del genocidio.

Resulta, en contra de lo que piensan los veganos menos avispados, que los vegetales son seres vivos y ellos se comen los vegetales. Además, los glóbulos rojos son también seres vivos. Son células animales.

Del argumento anterior se desprende que hacerse un análisis de sangre es equivalente a un genocidio. Que un hombre se masturbe es otro genocidio, pues mueren millones y millones de espermatozoides, todos ellos seres vivos y de origen animal. Es más, si tenemos en cuenta que hay prácticas sexuales que conllevan tragar semen… ¿Se prohíben los veganos a sí mismos realizar ciertas prácticas sexuales? El semen es de origen animal. Y si las practican, ¿están violando sus principios? En fin, este argumento hace aguas por todas partes.

Un animalista sensato y racional jamás abrazará el veganismo. En primer lugar, hay un problema común a todos los animales, humanos incluidos, y al resto del planeta: las formas de producción intensivas de animales y vegetales son altamente perjudiciales y contaminantes. La mejor manera de respetar a los animales y al medioambiente, no es promoviendo el veganismo, que implica necesariamente el cultivo intensivo de vegetales, sino promoviendo una ganadería y agricultura basada en la producción local y en los productos de temporada, que es la que sabemos, con toda seguridad, que es respetuoso con el medio ambiente y con los animales.

En segundo lugar, el veganismo no puede ser considerado una moral éticamente promocionable, pues no es universalizable.

Que un código moral sea universalizable es un requisito ineludible para que pueda ser promocionado desde un punto de vista ético. No todo el mundo puede ser vegano, porque todos los organismos no son exactamente iguales. No todo el mundo puede vivir a base de suplementos vitamínicos. Tampoco es sostenible que todo el mundo lo sea, si queremos que el planeta no se convierta en una tierra yerma. Desde un punto de vista ético, el veganismo está entre las morales inaceptables. Es una ideología burguesa que más que solucionar un problema real, sirve para que sus seguidores se sientan bien consigo mismos al no consumir productos de origen animal.