Para los amantes de la lectura el exceso de trabajo suele ser el mayor problema para disfrutar de este arte como desean. Por eso el verano suele ser una buena época para elegir uno o varios buenos libros y disfrutar plenamente de uno de los caprichos más deliciosas del mundo: la palabra escrita. Hay infinidad de títulos en el mercado y cual mejor. Yo os recomiendo unos cuantos que deseo que abran vuestras mentes y os ayuden de gozar del sol mientras disfrutáis de la lectura.
- El talento de David Safier es uno de los que a mi me ha cautivado desde la primera novela. Maldito Karma, Jesús me quiere, Yo, mi, me... contigo, Una familia feliz y ¡Muuu!, cualquiera de ellas, nos descubre un mundo lleno de ironía, de un humor un tanto especial, que hace que no sólo leas sino también que te diviertas con estas lecturas. ¡Un gran descubrimiento! Espero que para ti también lo sea.
- Para las amantes del generó novela erótica romántica, la novela de Lily Perozo titulada Dulces Mentiras. Amargas verdades creo que será otro descubrimiento literario. ¿Qué encierra este libro? Samuel Garnett, director de una prestigiosa firma de abogados en Manhattan, le gusta vivir la vida al límite, sin compromisos. El placer por el placer en todos los ámbitos de su vida. Conoce a Rachell Winstead, una misteriosa diseñadora con una belleza cautivadora que le gusta utilizar a los hombres y manipularlos a su capricho. El amor, para Rachell, es una emoción que oprime y eso no es de su agrado. Si los polos opuestos chocan, cuando Samuel y Rachell convergen, el rencor, la presunción y el amor, toman un nuevo concepto que los atrae y los aleja por igual. No es fácil confiar en el otro pero sin lugar a dudas, a veces hay aceptar que nadie es perfecto.
- David Monteagudo que tras su gran éxito con la novela Fin, yo he elegido para recomendaros este verano es Brañaganda. La parte salvaje del hombre, lobishome, se desarrolla de forma magistral trasportando al lector hasta hacerlo parte de cada paso en busca del asesino de mujeres que acecha en la región. Si el tema no va contigo, Marcos Montes, El edificio o Fin, su primera novela traducida en seis lenguas y llevada al cine por la mano del director Jorge Torregrossa, no te dejarán nada indiferentes. Monteagudo tiene una peculiar voz propia que te engancha y te emociona por igual sin que puedas dejar el libro para el día siguiente.
- Julio Fernández Gargallo, tras sus anteriores novelas como Los hombres miedo (VIII Premio de Novela Francisco Umbral) y Borja en las nubes (Premio de Narrativa Francisco García Pavón 2000) vuelve con la novela Razzia. Tres jóvenes nos mostraran una forma una tanto diferente que sin duda no nos dejara indiferentes. No se trata de un estudio de sociología, o de una diatriba sobre el pensamiento humano juvenil. Se trata de una historia vivida, sentida como propia, imaginada como triste, real como la vida misma. Una fuerte voz propia por parte del escritor que llevaba tiempo callado y ahora, con su nueva novela, nos muestra de nuevo el valor de la palabra y del buen lenguaje en mayúsculas.
- Jose de la Rosa y su novela La Clave Agrippa en la que el profesor Revel Colina, seguidor y cazador de libros raros, se enfrenta a lo desconocido en un viaje a través de los libros de magia más poderosos de la historia. Pese a que esta no es la última novela de De la Rosa, es una de mis preferidas. Aunque no hay que olvidar otras de sus novelas con una gran calidad literaria perfecta para disfrutar del verano como Siete razones para no enamorarse, Vampiro o Pequeña historia frívola de 1700.
Sé que mis lecturas elegidas no son demasiado comerciales o conocidas (salvo las de Safier).
Mas la calidad de un libro no se mide por el grosor de sus tapas, ni el virtuosismo de un escritor, por el número de ejemplares vendidos.
¿Grandes libros? ¡Infinitos! ¿Vendidos? ¡Buena publicidad! ¿Con calidad excepcional? Pocos y contados. Mas no está en las manos de los escritores ofrecernos lo que deseamos si no en nosotros la de saber elegir cual nos va a fascinar más y sobretodo, y pese a todo, no dejar de leer nunca para que la palabra escrita no muera. El valor de las palabras no se encierra si no que se libera con cada nueva expresión de la misma.