En 1992 la Comunidad Europea se transforma en “Unión Europea” por el Tratado de Maastricht. Desde una organización regional evoluciona a un federalismo cada vez más inminente. No obstante, la UE se encontraba y se encuentra la reticencia de los Estados Miembros a ceder en materia de Política Exterior y de Seguridad Común hacen que a la hora de la verdad, la actuación conjunta de la UE sea en realidad un sueño platónico; puesto que a la postre, cada mochuelo a su olivo.

Carencia de Instituciones.

A pesar de los intentos de diseñar políticas exteriores y de seguridad comunes mediante la creación de organismos como el Alto Representante de la Unión para Política Exterior y Seguridad o ARUAEPS; el protagonismo de los propios Estados Miembros es innegable, siguiendo estos las mismas directrices que seguían cuando eran grandes imperios.

Lo que buscaría una creación de instituciones es la unidad de los intereses y de las “voces” de los diferentes estados miembros. Pero eso no es así. Ejemplo es el Consejo de Seguridad de la ONU en la que no tiene representación sino que están Francia e Inglaterra o el G-20.

Falta de aspiraciones comunes.

Aunque la UE comienza siendo una potencia con un proyecto ilusionante con unos valores universales de defensa, apoyo y promoción de los derechos humanos, el estado social-demócrata de derecho y un sustrato occidental cristiano común; este proyecto de unos Estados Unidos de Europa no es más que un borrador en un papel de cuadros. Europa se construyó para sí misma sí, pero no es lo mismo el mundo hace 50 años que hoy, a enero de 2017 en el que la oleada de migraciones más densa tras la Segunda Guerra Mundial asedia el continente y los Estados miran hacia otra parte.

La Crisis migratoria que vivimos hoy en día, es un síntoma de la peligrosa situación que vive la UE en el caso de que no dé un paso adelante serio en Política Exterior, e ignoren los problemas ajenos mirando a su delicado y político ombligo.

La aparición de nuevas potencias.

La debilidad de la hegemonía europea, se ve incrementada con el ascenso de nuevas potencias que distribuyen el poder como Brasil, China, India y sobre todo Rusia y el proyecto Euroasiático.

En dimensión geográfica estos países son bastante más grandes que cualquier país aislado que forme parte de la Unión Europea, lo que conlleva una población mayor y por lo tanto, un recurso humano importante.

No se debe olvidar que además de sus procesos internos de construcción política, estos países están viviendo un auge económico muy interesante y atravesando desafíos relevantes.

Sin ir más lejos, el contemporáneo Imperio zarista de Rusia de Vladimir Putin, hace que este enorme país sea continuo desafío a los valores quasi-divinizados de la UE. Solo hay que ver casos como la Crisis de Ucrania o el papel que tiene Rusia en el abastecimiento energético a países de importancia vital en la pervivencia de la UE como para descubrir que realmente somos una potencia “floja”, ensimismada y cobarde.

Pues sí, Europa es un club muy exclusivo de democracias plenas, límpidas, valores cristianos y valores políticos hegemónicos. Pero este cuidado y limpidez a la hora de escoger no le ha llevado a un mejor resultado o a ser el ejemplo de cara al exterior. El “soft power” es bonito pero no funciona. Y es que o se une y es un Estados Unidos modo Europeo, o se romperá a pedazos y el sueño europeo quedará en un instante