Los equipos argentinos son muchas veces reconocidos por sus hinchadas y fanáticos que viven para los clubes por los cuales alientan. En un país en el cual los fines de semana se planifican en base al día en el que juegan los equipos, el fútbol significa todo y quienes mejor lo sienten son los de rosario Central.

Su fama va más allá de cualquier título y sus socios siguen al equipo ciegamente. Con la fidelidad por encima de todas las cosas, los canallas se mueven por pasión y sus fans aman la camiseta azul y amarilla por encima de todo. El trabajo, las responsabilidades diarias y el dinero quedan a un lado cuando el equipo de arroyito se presenta en el rectángulo de juego y lo que verdaderamente importa es cantar en familia.

La gestación de la historia

En la Navidad de 1889, casi setenta personas se congregaron en un ya inexistente bar de la Avenida Alberdi 23 con la intención de crear un equipo de fútbol. Fue entonces, cuando un inglés llamado Thomas Mutton, propuso formalmente la creación de aquel proyecto, sugiriendo para el mismo el nombre de Central Argentine Railway Athletic Club. Posteriormente castellanizaron el nombre y el club pasó a llamarse Club Atlético Rosario Central.

El equipo tuvo como primeros socios a trabajadores ferrocarriles provenientes de las estaciones de trenes que, dicho sea de paso, eran los únicos autorizados a pertenecer a la institución. Luego, se logró que cualquier persona pudiera ser miembro del club y, por ello, obreros y personas de las zonas más populares de la ciudad se acercaron a Central, ilusionados con el deseo de pertenecer a esta gran idea que se estaba gestando.

Sus inicios no fueron fáciles y desde la época en que la comisión directiva debía buscar rivales en los puertos, hasta el momento en que Rosario Central participó en la Copa Libertadores pasaron muchas cosas. El crecimiento de uno de los clubes más grandes del interior fue creado con pasión, un sentimiento que los hinchas canallas siguen manteniendo al día de hoy, algo que los acompaña desde su nacimiento hasta el día de su muerte.

Rosario, una ciudad que transpira fútbol

Al tiempo que el olor a gas y los ruidos de automóviles y colectivos se apoderan del oído, Rosario se hace conocer. En la entrada a la ciudad el distintivo azul y amarillo se abre paso a los costados de la ruta, a la vez que el colectivo acelera cada vez más su marcha. Entre pintadas y frases en las paredes se puede notar que la ciudad transpira y siente el fútbol como nadie.

Gente con camisetas, gorros y trapos azules por un lado y rojos por el otro es el denominador común en la tierra del Che Guevara, nacido y criado allí.

Su fanatismo escapa a la razón. Las formaciones de los equipos en la pretemporada, quiénes deberían ser titulares, los rivales a los que se enfrentarán y las canchas que visitarán en el torneo son temas centrales en todas las juntada rosarinas. Cualquiera podría pensar que alguna vez se cansan de tocar el sujeto, pero ellos... no. Desde el abuelo hasta el nieto, pasando por las hijas y las esposas, todos tienen algo para decir de Rosario Central, algo que opinar o destacar.

Tatuajes de sus jugadores favoritos, relatos de goles pasados y partidos ganados a Newell´s enorgullecen a un club que vive la vida de otra manera, en donde la pasión está por encima de cualquier título y en el cual lo más importante es vencer y humillar a su homónimo rosarino para gastarlo hasta el hartazgo hasta el próximo partido.

"En esta ciudad no es como en Buenos Aires, acá en Rosario perder un clásico significa tener que aguantarte las cargadas hasta el año que viene. Es algo inconcebible perder ese juego", expresó un hincha canalla.

"Porque en el barrio estoy mejor"

Adentrándonos en el barrio Arroyo, lugar que acoge al estadio en donde se desempeña Rosario Central, la percepción previa que teníamos aumenta y, tal es así, que sólo se ve una gama de colores: la azul y oro. Entre postes pintados en cada esquina y el escudo patentado en cada callejón, "Arroyito" nos da su bienvenida. Sus calles con pocos edificios nos alejan de la gran ciudad, dándonos la sensación de estar en otra provincia. El ruido disminuye, los sonidos de los pájaros se hacen escuchar y en el fondo de una calle se lee una pared que dice: "Porque en el barrio estoy mejor".

Al pasar por el estadio, la gente parece ir a una congregación, a una misa que un grupo de paganos creó para hacer un altar. Con papeles acumulados en las vitrinas de las tribunas y noches que respiran pasión a cada paso, el club huye a los títulos, a los grandes logros y a cualquier cosa material. Los hinchas del club de Arroyito no conocen la victoria o la derrota, no les importa el puesto en el que está su equipo y alientan pase lo que pase hasta el cansancio.

"Amor como el Guerrero no queda ninguno, no se como explicar este sentimiento. Seguir a la Academia ya es cosa de locos, la gente ya lo sabe estamos todos enfermos", corea un fanático afuera del club, gritando solo como si fuera un loco.

En cualquier otro lado, este señor sería considerado para ser atendido en un hospital psiquiátrico, pero, aquí, esto es cosa normal... Acá es bueno ser enfermo.

Amor del bueno

El fanatismo de los hinchas es tal que una vez, el esposo de la prima de mi novia llevó a su hijo pequeño a una casa de deportes. El niño de tres años, iluso, deseaba agarrar una zapatilla con colores negros, rojos y blancos. La cara del padre cambió completamente y se dio una situación a la que todo hincha de Rosario Central le da más temor que la misma muerte: que su primogénito se cruce a la vereda de enfrente, al equipo del parque independencia que, como a Lord Voldemort en Harry Potter, nadie quiere nombrar. Sin pestañear, el papá le quitó la zapatilla a su hijo y le dijo: "vos sos loco?

querés que no te hable más?".

La pasión se va transmitiendo a los más chicos con cuentos, relatos históricos y recuerdos del pasado del club que hacen poner la piel de gallina hasta al más hereje. Desde los padres hasta los hijos se forma una especie de hilo rojo en donde no importa dónde estén, siempre van a estar conectados y pensando en su querido Rosario Central.

Junto a los recuerdos, la ida a la cancha es un bautismo por el que todos los pequeños pasan y la alegría de sus familias se siente completa al lograr tal hazaña. Alentar al conjunto canalla es una sensación que escapa a todo lo conocido previamente por el hombre, es la sensación que provoca que los pelos se ericen y que el corazón lata más fuerte que nunca. Un estado de transe del que los hinchas de Central presumen orgullosos, una pasión que los hace cantar al ritmo de "amor como el Guerrero no debe morir jamas".