¿Nunca has tenido la sensación de no poder parar de comer aunque estuvieras lleno? Los expertos aseguran que dicha conducta tiene un fundamento evolutivo. Los alimentos azucarados, por ejemplo, escasean en la naturaleza. Así cuando nuestros ancestros daban con algún manjar rico en dicha sustancia, perdían el control y no paraban de comerlo hasta acabar con él. Y la razón es muy sencilla. El azúcar es fuente de energía y cuanta más energía tuvieran en un entorno hostil, aumentaban sus posibilidades de supervivencia.
Paul van der Velpen, jefe de servicio de Salud de Ámsterdam, escribió un artículo en la web oficial de dicho organismo, afirmando que el azúcar es una droga.
Según sus palabras “quienquiera que coma azúcar quiere más y más, incluso cuando ya no tiene hambre”. El problema está en que ya no tenemos que luchar para conseguir alimentarnos, sino que basta con ir al supermercado para llenar la nevera de nuestra casa y conservar la comida durante meses sin que se estropee. Pero, ¿qué clases de alimentos abundan en los lineales de esas superficies o en los establecimientos de grandes cadenas de restaurantes o cafeterías? Sí, alimentos manipulados o procesados a los que se les añade toda clase de aditivos y conservantes que crean adicción, destinándose cada vez menos espacios a los alimentos naturales y a la cocina artesanal.
Según Michael Moss, autor de Adictos a la comida basura (2016), el origen de la adicción de estos alimentos está en la decisión que tomó la industria agroalimentaria de añadir a sus productos sales, grasas y azúcares para maximizar el atractivo de sus productos, haciéndolos más baratos e irresistibles.
Con ello, sus productos nos invitan a no parar de comer siendo esta la mejor manera de mantener sus modelos de negocio. Lo que está provocando graves problemas de salud, como el incremento de las tasas de obesidad, de diabetes o de complicaciones cardiovasculares.
Términos como “adictividad”, bliz point (explosión de sabores) o snackability (placer por el picoteo) son habituales en la industria alimentaria, y representan estrategias que pretenden incentivar aún más el consumo de sus productos.
Incluso una de las menos conocidas es la de potenciar el umami, que junto al dulce, al ácido, al amargo y al salado, constituye el quinto sabor básico. Fue descubierto por Kikunae Ikeda (profesor de la Universidad Imperial de Tokio) en 1908 y, aunque es difícil definirlo, el umami es un sabor delicioso e intenso que excita al sentido del gusto mejorando el sabor de los alimentos.
Está presente en sustancias como el glutamato monosódico, un tipo de sal habitual en tomates o en algo tan nuestro como el jamón ibérico.
Los alimentos que nos rodean están hechos para generarnos adicción para que así no dejemos de comer. Pero aunque sea difícil y, como se suele decir, menos es más. Cuanto menor sea la cantidad ingerida, más fácil será nuestro ritmo digestivo, y cuanto menor sea la cantidad de aditivos, más sano y auténtico será el sabor de lo que comamos. Comer con cabeza llevando una alimentación sana no tiene por qué estar reñido con disfrutar de la comida, por mucho que nos quieran hacer entender lo contrario.