Muchos nos hemos levantado impactados por la noticia de que Estados Unidos abandona la lucha contra el cambio climático a expensas de la decisión unilateral del presidente Trump. Se puede decir que es algo que ha despertado sorpresa en algunas cabezas pero, lamentablemente, no es así. Trump ya anunció durante el período de campaña electoral que, si salía elegido presidente, derogaría las leyes de protección medioambientales y favorecería sectores energéticos tan polémicos (como obsoletos) como lo es el del carbón. Por esto, aunque nos duela, no sería justo decir que la decisión de Trump supone una sorpresa inesperada.
Lejos de ello, lo que realmente supone es el avance de un guión dantesco que terminará siendo el principio de una muerte anunciada (tanto para el propio presidente como para la humanidad en su conjunto). Lo que sí que resulta realmente sorprendente es que, hoy en día y en la sociedad de la información, todavía haya negacionistas que se aferran a no creer en el cambio climático como consecuencia de las actividades humanas en el Medio ambiente.
Los ojos de la historia serán muy críticos con estos insensatos, y los tratarán del mismo modo que son tratados aquellos que apoyaron los tribunales de la Inquisición en la Europa de la edad moderna, que aquellos que se negaron a aceptar las tesis darwinianas o aquellos que, movidos por una gran soberbia e ignorancia, confiaron su futuro, y el de sus naciones, a ideologías totalitarias en el siglo XX.
Vivimos tiempos difíciles. Negarlo sería igualmente insensato. Nuestra única esperanza es ser más fuertes que aquellos que están obcecados en sabotearse a sí mismos y a toda la raza humana por un puñado de dólares manchados de carbón y alzas populistas en las encuestas. Ante la peligrosa deriva que han tomado los Estados Unidos, el resto del mundo (y los buenos e inteligentes ciudadanos americanos que se niegan a caer en las redes del discurso populista y ominoso del presidente) debemos mantenernos firmes en el camino que hemos tomado en la lucha contra el cambio climático.
Confío en que llegue un tiempo, quiera la suerte que no sea dentro de mucho, en el que alguien responsable retome las riendas de América y la devuelva a la senda de la cordura. Los hechos que acaban de acontecer no solo suponen un problema medioambiental gravísimo sino que, además, suponen un fracaso moral estrepitoso de toda una nación.
Ante tales hechos, no he podido evitar recordar la frase de John C. Sawhill: "Una sociedad se define tanto por lo que crea como por lo que se niega a destruir". Desgraciadamente, tanto Trump como su great America, se han visto retratados en la decisión tan caprichosa como infantil y absolutamente irresponsable de abandonar los tratados del clima para reducir las emisiones de CO2.
Ahora solo nos quedan dos cosas: esperar y luchar. Esperar a que el devenir de la historia traiga mejores gobernantes en el futuro, y luchar con todo nuestro potencial desde cada una de las posiciones que toda persona ocupa en la sociedad para reducir nuestro impacto medioambiental y nuestra huella ecológica con la firme convicción y esperanza de que, de las cenizas de esta tragedia, renaceremos para ver el alzamiento de tiempos nuevos y más amables.