Churchill (2017, Jonathan Teplitzky) no es un biopic sobre el primer ministro británico Winston Churchill, es el relato de cómo el líder británico vivió uno de los momentos fundamentales de la Segunda Guerra Mundial: el Día D.

La película cuenta la crónica de los dos días previos al desembarco de Normandía, acaecido el día 6 de junio de 1944. en los que el líder aliado está tremendamente extenuado tras luchar, prácticamente en solitario, contra la Alemania nazi de Hitler y que tiene grandes dudas sobre el éxito del desembarco en las costas francesas.

Brian Cox (Troya, El caso Bourne, Braveheart) en el papel de Churchill ya había interpretado a un líder de la Segunda Guerra Mundial en la cinta Núremberg, donde encarnaba al Reichmarical Hermann Göring durante los juicios a los criminales nazis. Clementine, la esposa de Churchill está interpretada por Miranda Richardson (El imperio del sol, El sueño del mono loco, Sleepy Hollow). El estupendo duelo actoral entre Cox y Richardson, se enfrenta en la pantalla con otro histórico que marcó definitivamente el devenir del conflicto mundial: el enfrentamiento entre Churchill y el general estadounidense Dwight D. Eisenhower. Un duelo entre el líder político de un país cansado de cinco años de guerra y el líder militar de uno nuevo y potente que no se detendría ante los temores de un socio, que cada ver era menos relevante en la lucha.

En la madrugada del Día D más de cinco mil navíos de todo tipo zarparon desde Gran Bretaña hacia Francia cargados con una fuerza militar compuesta por 17.000 soldados, 1.500 tanques, entre otros equipos y apoyados en el aire por 12.000 aviones, en la mayor operación anfibia jamás realizada. La Operación Overlord, como se llamaba en clave al desembarco de Normandía, fue un éxito y abrió el segundo frente que tanto necesitaban los soviéticos para liberarles de la presión de las fuerzas alemanes en el Este de Europa.

La tremenda complejidad, el alto secretismo y el enorme riesgo de la Operación Overlord crearon una enorme tensión entre los aliados, que llegó a unos niveles nunca vistos.

Entre estadounidenses y británicos había importantes desacuerdos. Los principales eran el lugar de la invasión y el papel que tendría en ella un tercer aliado, Francia.

Churchill fue responsable durante la Primera Guerra Mundial del desastre de Gallipoli, en los Dardanelos, y tras los desastres de Dunkerque de 1940 y el raid de Dieppe en 1942, sentía un más que justificable temor ante un desembarco por el Oeste y prefería un desembarco por el Sudeste, que facilitaría el acceso a los Balcanes y Austria antes de que llegaran los soviéticos. Para los norteamericanos era más factible el ataque por Francia, ya que atacar Austria a través de las montañas era tremendamente arriesgado. Finalmente el agotado Churchill cedió ante Eisenhower.

Respecto a Francia, el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, sentía una gran antipatía por el general Charles de Gaulle, al que consideraba un dictador en potencia. Su desconfianza era tal que prohibió hasta casi el último momento que de Gaulle supiera los planes de invasión.