Una nación es una comunidad cultural hermanada por su pasado, su idioma, su mayoritaria religión, por sus culturas diversas y también por sus disidencias intestinas. La América posterior a 1492 fusionó -seguramente con errores- la cultura ibérica con la del Nuevo Mundo. A pesar de las mentiras con que se quiso manchar tal gesta, el "Impero donde nunca se ponía el sol", fue el que más bregó (sino el único) por lograr asimilar a las poblaciones nativas con los recién llegados. De hecho, cuando el último hispano se hubo de retirar de América, había quedado un legado de, por ejemplo, 37 (treinta y siete) universidades...
Mientras que en las colonias británicas cuando fueron expulsados se habían creado 0 (cero) universidades... y estamos hablando de los inicios del siglo XIX. No sea cosa que algún despistado o separatista realice alguna comparación con épocas posteriores.
Así, llegó el tiempo del ocaso de la administración peninsular y comenzó el período de -teóricas- disputas por independizar a los distintos países de la región, de su Madre Patria. Fueron más que luchas contra el imperio hasta entonces dominante, guerras civiles sangrientas e interminables entre grupos mezquinos de poder local que respondían a intereses británicos.
El resultado fue una tremenda "balcanización" en una multitud de pequeños países, tal como se puede observar viendo un mapa de lo que es la América Central, o bien con la creación de estados "tapones", tal el rol que se le asignó al Uruguay para evitar lo que serían supremacías del Brasil o la Argentina como únicos soberanos del Atlántico Sur.
Las tensiones no aflojaron nunca en dicho continente y, salvo algunos períodos donde se vieron aspectos de verdadera soberanía, su historia fluyó en una constante zozobra hasta la actualidad. Golpes militares de por medio, el siglo XX no mostró más cambio para los países al sur del Río Grande, que el nuevo rol que asumieron los Estados Unidos en reemplazo de la alicaída pérfida albión.
Hoy podemos observar que la región se mantiene convulsionada como resultado de ignorar su historia; por el odio que sienten las clases dominantes hacia sus compatriotas, a quienes desean mantener sumergidos y por las hábiles, cuando no criminales, maniobras digitadas desde los círculos de poder mundial.
La región es inmensa y naturalmente dotada de todos los recursos necesarios para su desarrollo absolutamente independiente: Alimentos, recursos energéticos, agua potable, minerales y metales preciosos y capacidad humana de sobra para encarar los desafíos.
Para ello basta con ver lo que fue el desarrollo de la industria aeronáutica y automotriz en Argentina en la década de 1950, o los avances en desarrollo del uso con fines pacíficos de la energía nuclear en el mismo país, lo acertado de la política de salud cubana y la alta calidad de las casas de estudio de toda Ibero América, para darse cuenta que su situación de subdesarrollo fue y es dada por una calamidad que se inició desde el momento en que llegaron las primeras noticias de los sucesos de 1492...Bien queda en claro tal cuestión a través de la publicación de 1711, "Una Propuesta para Humillar a España" obra británica que más que un escrito, fue un plan maestro de acción, para lo que fue su lucha posterior contra el Imperio peninsular, hasta lograr su desmembramiento.
Los años pasaron y la situación sigue igual: Pueblos empobrecidos, países hermanos ridículamente enfrentados entre sí en falsas dicotomías de izquierdas o derechas que demostraron ser ambas caras de la misma moneda y, como dice el Doctor González, historiador argentino, "...montones de gente buscan un país y no lo encuentran...".
La única alternativa que le servirá a los ibero americanos, será desandar el camino erróneo de siglos. Algunos calificarán como una utopía la formación de algún tipo de Federación Ibero Americana, invitando a sumarse a España y Portugal, con quienes existen lazos históricos en común. A su vez a los europeos, les serviría de mucho dejar a un lado su rol secundario en el Viejo Continente y pasar a ser parte de una comunidad gigantesca.
La oportunidad que surge a partir del Brexit y las alocadas políticas del gobierno de Donald Trump, permite dejar de mirar hacia lo rubio y sajón, para empezar a mirar hacia adentro. La otra alternativa es la profundización del abismo.