Distinta es la capacidad auto-refleja o de auto-reflexión, es decir, "ser consciente de ser consciente".

La existencia de la conciencia en los demás es simplemente un "supuesto" muy relacionado con la "empatía" (la observación del comportamiento: "Sientenalgo porque nosotros lo sentimos cuando tenemos el mismo comportamiento").

Pero en el ejemplo de los insectos, ni ven ni actúan como nosotros: no tienen nuestro comportamiento. Aquí la analogía empática no se sostiene.

Pues aquí aparece el nuevo enfoque sobre la consciencia propuesto. En lugar de relacionar comportamiento con experiencia, se pasa a un enfoque sobre las bases neuronales de la conciencia: "las similitudes entre ese cerebro de los insectos y el nuestro".

¿Tiene el cerebro del insecto las estructuras que podrían apoyar "una capacidad básica para cualquier forma de conciencia"?

La sugerencia proviene del neurocientífico Björn Merker. Argumenta que "la capacidad de la conciencia en el ser humano solo depende de las estructuras en el cerebro medio".

Postula que el conocimiento de uno mismo requiere la presencia del neocórtex, evolutivamente mucho más joven, pero "la conciencia sería apoyada por el pequeño y más antiguo cerebro medio".

Cuando los seres vivos comenzaron a moverse en su entorno, tenían que anticipar el siguiente movimiento, lo que requiere la combinación de diversas fuentes de información para la elaboración de un solo modelo neuronal sobre el mundo (entorno).

Merker supone que "conocimiento, deseo y percepción" presentes en esta integración "son el comienzo de una perspectiva en primera persona en el mundo, y por tanto el origen de la experiencia consciente".

Los cerebros de insectos son diminutos pero realizan las mismas funciones que el cerebro medio humano.

Memoria, necesidades homeostáticas y percepción están igualmente integradas, para permitir la selección de la acción efectiva.

Aunque los cerebros humanos y de los insectos no pueden verse más diferentes, sus estructuras hacen lo mismo, y por la misma razón, luego "soportan el mismo tipo de perspectivas en primera persona".

Desde tal punto de vista, insectos y otros invertebrados serían conscientes, aunque, quizás, su experiencia del mundo no sería tan rica o detallada.

Lo importante de la propuesta es que, "si el argumento es correcto, el estudio de los insectos es una poderosa manera de estudiar las formas básicas de la conciencia". De forma práctica, el millón de neuronas del cerebro de la abeja, de cinco órdenes de magnitud menor que el del cerebro humano, permite su estudio con mucha menor dificultad, facilitando abordar los principios del origen de la conciencia humana. Precisamente, ya varios laboratorios están mapeando completamente el sistema nervioso de insectos.

El estudio de los invertebrados y su movilidad en el medio ambiente, sugiere también que la conciencia habría evolucionado y se habría perdido varias veces a lo largo de la evolución. Tales investigaciones están arrojando luz sobre la relación entre subjetividad y mundo exterior.