Siempre he creído que viajar es la mejor forma de invertir el tiempo; las horas se expanden, los días se contraen y las noches parecen no tener un final. Viajar a otro lugar es también viajar en el tiempo y en la experiencia, es vivir historias que de otro modo permanecerían ocultas. En febrero tuve la gran fortuna de conocer San Francisco, donde he dejado un pedazo de mi corazón.

He oído a muchos viajeros experimentados hablar del espíritu de la CIUDAD, ese halo indescriptible que va más allá del estilo arquitectónico o de la belleza del paisaje.

La primera vez que lo experimenté fue en Londres, algo así como un latido incandescente, una energía incombustible que circula por las calles de la gran ciudad y te abre los ojos a mucho más de lo que se ve a simple vista. El aura de París también es bastante reconocible, así como la sobriedad serena que flota en el aire frío de Viena. Supongo que sí, me gustaba creer que las ciudades tienen alma.

Y entonces conocí San Francisco, un enigma envuelto en una belleza mestiza, un misterio que espera en cada esquina y que uno no espera resolver; se conforma simplemente con ser parte del mismo. Más allá del Golden Gate con su imponente esqueleto rojizo, del entrañable avance de los tranvías, como la presencia tangible del pasado en nuestros días, o de las empinadas calles que apuntan al sol, se extiende un paisaje que no se percibe con los ojos.

Está en los contrastes, en los cambios repentinos y en la libertad para fundirse con una cultura tan abierta como el mar que baña la bahía.

Si eres de los que disfrutan marcando en el mapa los lugares que visita, que no se te escape esta joya. Podrás sentirte en cien lugares al mismo tiempo, visitar China mientras disfrutas de la hospitalidad americana, saborear la espléndida cultura italiana incrustada en sus calles como una enorme esmeralda, conocer las voces del mundo convergiendo todas en un mismo lugar.

Y ya en términos más concretos, no te pierdas lugares como El limón -la mejor comida latina en pleno centro-, los pueblos que rodean la urbe, como Sausalito, ni dejes de madrugar para ver cómo amanece en la bahía. Sobre todo, déjate llevar por la magia de una ciudad donde confluye el mundo.