Hace unos años, no demasiados, éramos capaces de hacer muchísimas más cosas que ahora. No teníamos teléfonos móviles, ni ordenadores personales, y nuestros vehículos no disponían de gps ni aparcaban sólos o con ayudas sonoras y visuales. Cuando viajábamos la forma de saber el camino correcto era bajar la ventanilla y preguntarle a los transeuntes. Cierto es que, algunos, te liaban tato que tenías que preguntar en cuanto doblabas la primera esquina, pero así se conocía gente. Para controlar la velocidad y no pasarse del máximo permitido teníamos un complejo sistema a nuestra disposición, que venía de serie, no había que pagar de más: el cuentakilómetros, los pies y nuestra vista.

Y sólo fallaba cando queríamos rebasar ese límite voluntariamente. Las persianas de nuestras ventanas se subían tirando de una cinta con la que hacíamos bíceps, no como ahora, que con apretar un botón suben o bajan según la necesidad. Potenciábamos la memoria al no tener temporizadores en las cocinas, ya que si te olvidabas, tenías que irte a comer al bar de la esquina y después una hora rascando todo el carbón pegado en el fondo de la cazuela.

Y éramos felices, no nos quejábamos de todo como ahora. Bueno, no demasiado... Hoy todo está automatizado, pensado para facilitarnos la vida, para que no nos cansemos, para que podamos disfrutar más de nuestro tiempo libre. Pero, ¿es eso cierto? ¿De verdad tenemos tanto tiempo libre para poderlo disfrutar?

Ahora estamos más tiempo para realizar un montón de cosas que antes, sin tantas ayudas, las hacíamos por nosotros mismos y más deprisa. Ahora hay que poner los aparatos adecuados en marcha, cambiarles las pilas porque siempre que nos hacen faltan, se han agotado. Cargarle programas, plugins, Apps, actualizaciones, ampliaciones de memoria, de software, de procesador...

Y si no lo hacemos, nos quedamos obsoletos en menos de seis meses. Y una vez que eso ocurre, adiós a esa tan aclamada felicidad y tiepo libre que nos venden al comprar todo esa colección de teconología.

Hoy ya no puedes salir de casa sin el móvil, el gps, el portátil o la tablet, porque nos sentimos desnudos. No sabemos dar un paso sin mirar el tiempo que va a hacer en los próximos 2 meses.

Necesitamos obligatoriamente saber el consumo instantáneo en tiempo real de nuestro coche, como si la vida nos fuera en ello. La gran mayoría de humanos que vivimos en el llamado mundo civilizado nos hemos olvidado de multiplicar o dividir, porque tenemos calculadors. Pero no una calculadora cualquiera, no. Pudiendo usar una pequeña de bolsillo, tenemos que arrancar el portátil, esperar que inicie el sistema operativo, buscar la Calculadora de Windows, que nunca nos acordamos de dónde está, y entonces y sólo entonces, estaremos preparados para ejecutar una simple división que un niño de 8 años haría varios mintos que ya la habría terminado.

Antes jugábamos con juegos de mesa, o nos reuníamos unos cuantos amigos para echar un partidillo de fútbol, o salíamos a la calle a correr o al gimnasio para ponernos en forma.

Ahora no necesitamos salir de casa, solamente poner la consola en marcha, cargar el juego de deportes, ponernos los sensores y los mandos inalámbricos donde correspondan, subirnos a la tabla de ejercicios virtual, y arrancar el programa, y ya estamos listos para empezar a hacer deporte dentro de nuestro propio hogar. Y apenas hemos tardado una media hora más que si hubiéramos salido a la calle, mientras sacamos la tabla del armario, la quitamos la funda para que no se llene de polvo, conectamos los mandos, sincronizamos los sensores con dichos mandos, calculamos la altura a la que hay que poner el sensor de movimiento, buscamos el dvd con el juego, que se lo dejamos la semana pasada a la vecina del quinto y no recordamos dónde lo dejamos cuando nos lo devolvió, y nos colocamos la cinta en el pelo para que no nos estorbe mientras fijamos la vista en la pantalla.

¡Viva la tecnología, que nos pone más fácil todo tipo de situaciones y actividades cotidianas!

Reconozcámoslo: nos estamos volviendo idiotas con tanta tecnología. Estamos atados de pies y manos a un montón de aparatos que nos suelen dejar tirados cuando más falta nos hacen, y gracias a ellos nos sentimos seguros y ¿felices?

Iba a hacer un artículo más extenso sobre este tema, pero la batería de mi portátil se está agotando y me queda solamente un 2% antes de que se apague completamnte, ya que no recuerdo dónde dejé el cable del cargador la última vez que lo usé. Y diréis: "¿Por qué no continúas desde el móvil, si con la conexión a Internet se pueden hacer infinidad de cosas con los nuevos smartphones?".

Y es cierto, pero lo tengo en carga, y ya sabéis que si utilizas un móvil mientras se está cargando, te puede explotar en la cara. O eso estuvo circulando por las redes sociales durante mucho tiempo... Así que continuaré cuando pueda poner a cargar mi portátil.