Las estadísticas mundiales indican que más del 50% de los suicidios de mujeres se deben a su “supuesta esterilidad”. Y digo supuesta porque recientemente se vino a saber algo que la lógica debía habernos dicho: que el 50% de causas de esterilidad están en el hombre. Pero el machismo de nuestra cultura hace que la mujer siempre se sienta culpable –ni siquiera responsable– de la esterilidad de la pareja.
Y las mujeres se suicidan porque esta sociedad no acepta a la mujer sin hijos, porque la hace sentir una buena para nada, un ser inservible. Desde el “ya no sirves” que se le dice a la mujer que ya no tiene hijos en clases populares, hasta el “¿Por qué no adoptas un niño?” de las clases más acomodadas, en la mayoría de los casos se orilla a la mujer a actuar como madre o a sentirse rechazada.
Por eso, lo primero que deberíamos respondernos cuando nos planteamos adoptar un niño es si lo hacemos por amor o por temor a morir socialmente. Y es importante ser muy sinceras al respondernos, porque de lo contrario, el pobre niño tendrá terribles problemas. Y nosotras también.
El niño de peluche
Dice una conocida terapeuta, que los niños adoptivos tienen más problemas –en su experiencia– que los niños incluso de hogares conflictivos. Y no es difícil entender por qué.
Una mujer insegura, con la doble inseguridad de ser una mujer en una sociedad que no la acepta más que como madre, decide buscar su salvación emocional en un niño adoptado. Pero los niños –como los adultos– tienen una personalidad propia no todos son encantadores.
Ese bebe de un mes que hoy es un bebecito casi de peluche, el muñeco que nos va a permitir la entrada al mundo de las madres, es un ser humano de carne y hueso y va a tener exigencias, modos y modales que tal vez no nos gusten. Y entonces surge el problema. Si a los propios es frecuente que algunas madres (y no son monstruos, por cierto) los rechacen, a los ajenos, con mayor razón.
Cuando el niño es adoptado se siente que sus berrinches, sus malos hábitos, sus defectos pertenecen a esos padres desconocidos y nada tiene que ver con nosotros.
Y más grave aún es el aspecto. Vivimos en un mundo clasista que le da una enorme importancia al aspecto. Si el bebé recién nacido resulta ser un niño o una niña sin belleza física, las posibilidades de rechazo se acentúan.
También es problemática la situación del niño que requiere tratamientos costosos y que se siente como una carga innecesaria. Es humano hacerle sentir “el favor” y cobrárselo de mil maneras.
Es casi como la familia
Usted puede querer enormemente a su bebé adoptivo, pero ¿y su Familia? ¿ya la preparó? Porque esa abuelita que esperaba un bebé de calendario puede no sentirse cómoda con el niño que usted le presentara. Y la presión de la familia puede ser durísima en la educación de esa criatura.
Empecemos con el marido. ¿Está de acuerdo en realidad? ¿O está dándole a su mujer un juguete de lujo para que se entretenga? ¿Está preparado para querer y proteger a ese bebé? ¿Lo han hablado de verdad entre los dos considerando los pros y los contras?
Porque sólo así se puede comenzar, de otra manera, sin un frente común, la mamá de él y la de ella pueden ser una cuña… O los tíos, abuelos, cuñados, primos. Recuerde que el niño va a vivir en una familia y usted seguramente no quiere que un día el primito le vaya a soltar una linda frase de esas que los niños son capaces de usar.
Si usted y su marido están decididos y lo han acordado de verdad, entonces procedan a adoctrinar a la familia y a tratar de contar con ellos y de que exista un respeto total a la decisión de ustedes, y después, al bebé, sea o no como ellos lo imaginaban.