Las creencias, habilidades y hábitos que viven en nuestro cerebro han nacido en él o han sido implantados por alguien que quiere controlar la mente de millones de personas para que éstos se amolden a los intereses del poder?
Existen varias instituciones de reconocido prestigio a nivel mundial dedicadas a la ingeniería social, es decir, a diseñar estrategias para poder modificar la conducta de la población.
La más conocida es el instituto Tavistock, creado en 1947.
En su origen nació para trabajar para el Ministerio de Defensa británico con el objetivo de conocer el impacto de la guerra psicológica en la población tanto militar como civil.
Al instituto Tavistock le preocupaban las conductas irracionales del ser humano que podían conducir al desastre, por lo que buscaron mecanismos para modificar las actitudes mediante el control de la mente de la población.
Una de las técnicas que utilizaron los miembros del instituto Tavistock quedaron patentes durante la Guerra Fría, cuando utilizaron el miedo existente sobre una guerra nuclear o una invasión comunista para lanzar un proyecto propagandístico que consistía en considerar bolcheviques a todos aquellos que no apoyaran los ideales de Estados Unidos y Gran Bretaña.
esta campaña consiguió obtener el apoyo del pueblo británico.
El instituto Tavistock también utiliza el bombardeo de datos -la sobreinformación- para anular nuestra facultad de juicio, ya que moldean la imagen y la perspectiva que los individuos tienen de la realidad.
Desde entonces, acuden al instituto Tavistock todo tipo de organizaciones en busca de soluciones, como empresas internacionales, partidos políticos o servicios de inteligencia, buscando la manipulación de la mente de la sociedad para solucionar sus problemas, como incitar al consumo o propagar corrientes de forma sutil valiéndose del miedo de las masas.
Los poderes del instituto Tavistock y los organismos asociados influyen a diario en nuestro modo de vida gracias a la publicidad, al cine y a los interlocutores que creen que están pensando libremente pero, en realidad, son víctimas de una "dictadura sin lágrimas".