En nuestro país no se conoce una serie televisiva turca, de gran éxito en su país y en los que se ha emitido, a través de Netflix y cadenas convencionales, en más de 80 países, desde Perú a China, “Solimán el Magnífico”, que cuenta la vida del Sultán turco del siglo XVI que tuvo una vida ajetreada y conquistó muchos territorios fuera de Turquía.
Pues dicha serie, emitida en su país de 2011 al 2014, de 139 capítulos, fue furibundamente atacada y condenada por el entonces Primer Ministro turco, Recep Tayyin Erdogan, actual Presidente, que ha conseguido poder absoluto gracias a ganar por los pelos el reciente referéndum que reformaba la Constitución.
“Éste no es el Solimán que conocemos.
Ante mi Nación, condeno al director de la serie y al propietario del canal que la difunde. Quienes juegan con los valores del pueblo, deben de recibir una lección”, amenazó Erdogan el 2012. “Quienes quieren humillar a nuestros antepasados o nuestros valores a través de las pantallas de Televisión, deben de una manera u otra ser castigados”, dijo uno de sus Ministros. Erdogan sostiene que va “en contra de las costumbres musulmanas”.
Yagmur Taylan, que dirigió la serie con su hermano, explicaba preocupado al New Yorker que se siente amenazado por las autoridades turcas: “Son más de 200 millones de personas que ven la serie que usted rodó. Pero en vuestro propio país, usted vive casi con miedo a ser encarcelado por ello”, le dijeron.
La llegada al poder de Erdogan en 2002 llevó a la laica Turquía a irse islamizando a pasos agigantados, el último después del fracasado golpe de Estado del año pasado. Por ello, ha conseguido que las nuevas series turcas, el país donde más culebrones locales se ruedan (hace años emitía muchos culebrones latinoamericanos doblados al turco), se centren en la visión patriótica del dirigente y sus fanáticos partidarios.
O como él lo llama, “volver a los antiguos valores”.
En un país en donde sólo un tercio de las mujeres trabajan y las familias se pasan cuatro horas diarias ante el televisor, cuando éste no está encendido todo el día, los culebrones turcos son los que conectan con la gente. Las series extranjeras ahora están en canales de pago, no en los abiertos.
Las tramas de las nuevas series están últimamente controladas por el poder. Según los expertos, se están “desoccidentalizando”.
Por ello no extraña el éxito de “El Reino de Abdül Hamid”, sobre el último Sultán turco del siglo XIX, que ensalza la moral islámica y justifica cómo atacó la libertad de Prensa, presentada como enemiga de él y que encarna el Mal, y todo aquello que pudiera cuestionar su poder. Vamos, que recuerda muchísimo al mismísimo Erdogan.
Aparte esta serie, los canales privados lanzaron otras como una con heroicos soldados turcos contra Estado Islámico, entre las que tratan temas actuales, y otros que atacan lo que el poder considera ataque a su Religión o costumbres morales. Se aprovechan de que los culebrones los ven tanto hombres como mujeres, y tanto laicos como ultrarreligiosos.
Erdogan ya demostró su sesgada visión de lo que cree justo con su paranoica reacción ante un cómico alemán que le satirizó en la TV de su país. Era la época de los refugiados sirios que llegaban a las playas turcas (entre ellos aquel niño que murió ahogado), y el dirigente amenazó a Alemania con no ayudarles en lo de los refugiados si no condenaban severamente al cómico.
Mientras, Erdogan, pese a su dictadura, es apoyado desde Occidente contra Estado Islámico y los otros yihadistas. Recuerda a cuando Anastasio Somoza padre, dictador de Nicaragua, era apoyado desde EE.UU.: “Somoza es un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…”, decían desde Washington.