Manuela Carmena y Cristina Almeida se salvaron por los pelos de haber caído en el camino de las balas de los asesinos. Tres asesinos que, como en las películas, dos de ellos se fugaron años después de la cárcel, y que uno de ellos es ahora “un hombre libre”, al haber prescrito el delito de asesinato múltiple que cometió. El tercero cumplió 15 años de cárcel. El autor intelectual, en cambio, murió en la cárcel en 1985, y otro murió repentinamente antes del juicio.
Cinco muertos, tres de ellos en el acto. Era la noche del 24 enero 1977, en un despacho de abogados en calle Atocha, 55.
En otros países, habría habido cientos de películas y telefilmes sobre el caso, como los tienen el secuestro de Aldo Moro, el caso Watergate o el asesinato de Kennedy. Aquí, sólo una película de Juan Antonio Bardem, “Siete días de enero”, pero simplemente inspirada en el tema, no muy lograda, pero un claro testimonio de la época, con un niño de papá que tiene una madre posesiva, una versión sofisticada de la madre de Norman Bates, que liderará un comando para matar a varios “rojos”.
La ejecución del crimen fue compleja y rápida, que no cabe toda en estas páginas, pero que en los supervivientes dejó un dolor imborrable, como la viuda de Javier Sauquillo, Lola González Ruíz, que por las heridas de bala perdió el hijo que esperaba.
Lo peor fue que, años después, Sauquillo, al ser enterrado en su pueblo natal, el alcalde, del PP y pro-franquista, se negó a homenajear de ninguna manera a las víctimas de la masacre, y sigue en sus trece.
Era una época en donde todavía no había llegado la Democracia, que faltaban unos meses, y partidos como el comunista todavía estaban ilegalizados (ello se arregló en tres meses), donde este atentado parecía que arruinaría el paso del franquismo a un país moderno de verdad.
Pero el PCE supo actuar de manera inteligente y ello le dio prestigio para cuando las primeras elecciones democráticas de seis meses después.
El entierro de las víctimas, con más de 100.000 personas, que empezó con la calle Atocha llenísima y los ataúdes de las víctimas bajándola con la misma emotividad y tristeza de los funerales de De Gaulle o de Mandela, fue emotivo y con una actitud ejemplar de los asistentes.
Se homenajeó a las víctimas sin gritos, sin caer en lo que los fascistas esperaban.
Manuela Carmena y Cristina Almeida, que no necesitan presentación, se salvaron por que estaban fuera del despacho en aquella terrible noche. La primera en el otro despacho y la segunda de viaje en Chile. Cuando el juicio a los autores e inductores, entre la acusación estaba un abogado muy conocido ahora: José Bono, que empezó en este grupo su profesión.
La mayoría de los madrileños conocen bien el caso, y una enorme estatua, en la plaza Antón Martín, que muestra a un grupo de gente abrazándose emotivamente, lo recuerda para siempre. Pero su memoria se ha preservado con instituciones como la Fundación Abogados de Atocha, o dando su nombre colectivo a premios que apoyen los valores humanos de solidaridad.