Siempre se habló de la obsesión de Franco contra la Masonería, cuando no la unía también obsesivamente con la raza judía, una de las razones que tuvo para no reconocer jamás a Israel como Estado ni tener relaciones diplomáticas con ellos, quizá para no ofender a sus amigos árabes, ni tampoco para reconocer el daño que la Inquisición hizo a los judíos españoles (algo que él siempre negó y juzgó como calumnias) o condenar abiertamente el Holocausto nazi (lo hizo con la boca pequeña y para ganarse el apoyo de EE.UU.).
Pero se conocía su odio contra lo masón, que se convirtió en el insulto peor en la España franquista, junto con el de “rojo”, aunque ambos siempre iban juntos.
La Masonería siempre ha sido una organización secreta peculiar, con un funcionamiento y dirigentes igualmente peculiares, con los que este cronista no conecta, desconfiado de esas organizaciones con jerarquía en donde parece que no puedes discrepar ni tener tus propias ideas. Pero lo de Franco contra ellos era patológico.
El diario El País publicó un artículo, recordando que la Gran Logia celebra una asamblea para recuperar el prestigio que todavía no ha recuperado en España. Fue legalizada de nuevo en 1979, cuatro años después de la muerte del dictador, y los Papas, incluido Francisco, les definen peor que a la Mafia de Don Corleone. La organización reaccionó con ironía al leer supuestos crímenes de los que la revista Infovaticana les acusaba: “Sin nuestros hermanos Chrysler, Ford y Citroën (creadores de las famosas marcas de automóviles), no habría atascos circulatorios”.
Se ha conseguido rehabilitar la figura de miembros de la organización, algunos personajes históricos, pero no han llegado a ser perdonados del todo, algo que sí pasa en otros países. El presidente de la Asociación Judía de España invitó a la Gran Logia a conmemorar el Día del Holocausto.
Siempre se ha dicho que el dictador odiaba a su padre Nicolás y a su hermano Ramón por ser masones, y por que él mismo fue rechazado dos veces al querer ingresar en la organización.
Aunque también se dice que si Franco odiaba a su padre fue por que él, como en cualquier novelón, abandonó a su madre para irse a vivir con otra mujer, y por ello, al morir en 1941, el dictador se negó a asistir a su entierro. Pero ahí puede haber un origen de la persecución a la Masonería, además de obedecer lo que ordenaba la Iglesia Católica, aunque tuvo, por intereses políticos, que acceder a que iglesias protestantes (algunas) pudieran abrir templos en el país o que alguna familia judía volviera a vivir en España, algo que contaba con oposición eclesiástica.
Se cuenta la anécdota de cuando vinieron a El Pardo emisarios del Presidente de los EE.UU., Dwight Eisenhower, del Partido Republicano, partido muy complaciente hacía el franquismo, y que deseaba visitar oficialmente España. Cuando Francoles habló de la “Reserva Espiritual de Occidente” y aludió a exterminar la Masonería, uno de los emisarios dijo: “Señor, el presidente Eisenhower es protestante, yo soy masón y mi colega en el Senado es judío. Los tres estaríamos en la cárcel en este país”. Y otro de ellos, militar y padre del escritor Gore Vidal, dijo: “No, no, excelentísimo señor. Yo soy también masón y aquí estaría fusilado”. Helado se quedó Franco, pero les necesitaba como aliados. Igual le pasó con la argentinaEva Perón, a la cual Carmen Franco veía como una prostituta, pero también la necesitaban como aliada para romper el aislamiento internacional de su Régimen.