Recuerdo que mi abuelo recitaba todas las Navidades el poema "Un duro al o", de Eusebio Blasco, poeta de finales del siglo XIX. Además presumía a menudo de haber conocido en persona a José María Pemán y de saberse no sé cuántos poemas de Bécquer. No es que aquel hombre espigado y presumido hasta la saciedad fuera un erudito, no. Solo le gustaba leer.

A mí, a esas edades tan tempranas (estamos hablando de los años 70), tanto el poema de marras como su presuntuosidad me parecían más un simple canturreo familiar que otra cosa, como ocurriría con los jóvenes de hoy en día, es normal.

Sin embargo, cuando en la escuela comenzaron a mencionarme a esos autores (aunque fuera el hermano Ricardo, en el caso de Blasco), me sorprendí reconociéndolos casi como parte de mi familia.

Hoy ha muerto Kirk Douglas, uno de los últimos que quedan de la edad dorada de Hollywood

Para los que sobrepasamos la cincuentena, podemos hasta recordar frases de "Espartaco" o "Senderos de Gloria", comprender por qué nuestros padres nos enseñaron a pronunciar su apellido literalmente y enmarcar nuestro primer encuentro con el actor en una sala de Cine oscura dentro de una sociedad también oscura.

Los que ahora presumen de conocer todas y cada una de las experiencias, filias y fobias de los famosos, quizá no sepan que Kirk Douglas formó parte de una élite parecida, solo que, en aquella época, se les valoraba exclusivamente por su trabajo y era tal la veneración que se le profesaba, que las circunstancias amorosas y adictivas o sus afiliaciones políticas quedaban siempre en un sonriente y perdonable segundo plano.

Lo que diferencia aquella época de la actual es que nuestra admiración no estaba cargada de ninguna dosis de envidia. No queríamos tener el coche de carreras de Paul Newman o el barco de Errol Flynn. Sólo queríamos que no se murieran nunca.

Hay que recordar quién fue Kirk Douglas

Entiendo que ya sería demasiado pedir que las nuevas generaciones tuvieran una nueva asignatura cultural llamada "cine", y es una lástima porque, a través de las películas, de sus técnicas y de sus progresos (tanto a nivel estético como de contenido) se puede comprender con suma facilidad diferentes momentos sociales, políticos, filosóficos, económicos e históricos con mayúsculas por los que ha pasado la humanidad.

Pero lo que me lleva a la reflexión hoy es lo siguiente: Si a mí ya me sonaban Pemán, Bécquer y Blasco por mi abuelo lector, ¿por qué a nuestros hijos no les suena Peck, Leigh o Quinn, por ejemplo?

Aparte de la propia responsabilidad, comunicación o capacidad de madres y padres, abuelos y abuelas, la lógica me lleva a pensar que la respuesta tiene que ver directamente con los avances tecnológicos.

Es cierto que hoy estamos más informados, sí; de hecho, cualquier joven ahora mismo puede consultar los tres apellidos mencionados y obtener una respuesta inmediata de esos nombres completos, trayectorias vitales, filmografías, imágenes y milagros. Pero en realidad, la sensación es que no se hacen preguntas, sino que, hasta que no surge una duda concreta, no se buscan respuestas sintéticas, definiciones o titulares que nos resuelvan la duda y que nos permitan pasar rápidamente a otro tema con una sensación de tranquilidad. De esta forma, desde mi punto de vista, es difícil tener una visión global de ningún asunto.

Puedo entender que quizá sea otra forma de aprender. No soy de las que creen que cualquier tiempo pasado fue mejor, más bien al contrario.

Tengo mucha curiosidad por saber hacia dónde va la humanidad, sobre todo en lo bueno. Pero hoy me siento nostálgica y privilegiada a la vez. Los de mi edad hemos podido vivir los comienzos del Star System y sentir ese tipo especial de admiración ingenua por aquellas películas de las décadas 40 y 50, por unas interpretaciones que ahora nos parecerían afectadísimas, por un vestuario (todo gris, por cierto) pomposo y trabajado, por las tramas y los dramas... y nos encantaría compartirlo con los que nos siguen.Suerte que todo ha quedado grabado para la eternidad. ¡Buen viaje!