La Manada de Sabadell ha sido el centro de atención de los titulares en los medios de comunicación durante semanas. Un nuevo grupo de hombres que, haciendo uso de su fuerza, intimidan a una joven de 18 años a la salida de una discoteca en el municipio barcelonés. Hoy, cuando se cumplen dos meses exactos, la víctima se ha manifestado con un escalofriante relato en el que se detallan estos hechos ocurridos en la madrugada del pasado tres de febrero.

La víctima declara que cinco o seis la rodearon contra la pared

Llegó a tener tanto miedo que se orinó encima, atrapada en esa maloliente nave industrial donde malvivían los agresores.

Según la joven, sufrió el acoso desde el mismo momento en que se los encontró en la discoteca, perseguida e intimidada en los aseos de mujeres, como pudo verse hace semanas en las grabaciones publicadas en exclusiva en televisión.

En ellas, la actitud de estos hombres fue extremadamente amenazante sin ni siquiera haber tocado a la víctima, lo cual convierte el abuso sexual en una práctica ilícita entre los jóvenes que no ven peligro de acusación si no hay agresión. Recordemos la sentencia de la Manada de los Sanfermines, la primera en la que no se advirtió una agresión sexual porque la víctima no sufrió un par de tortazos además de la violación.i

Si todo hubiera quedado en el acoso dentro de la discoteca no hubiera habido repercusión

La repercusión mediática no habría sido la misma si la joven de Sabadell hubiera acusado a estos sujetos de la manada por los hechos sufridos antes de salir del local.

Pero sí, esa disposición hacia ella, sin tocarla, tan solo con la mirada:, es una agresión. Y es que la única razón por la que un hombre se acerca a una mujer desconocida con esta actitud es la de demostrar su dominio. No por deseo ni atracción ni interés, sino por la confianza que posee en sí mismo para invadir el espacio de otra persona a la que considera inferior en carácter.

Por supuesto, con su grupo de amigos con el que cubrir su arrogancia. No, no es ligar. Esto es intimidación.

Para ellas todo es machismo

Sí, la intimidación es violencia. Supremacía de carácter por parte de una persona que no entiende su lugar en un contexto. Enjuiciamiento hacia quien, con una lectura superficial, se le considera débil.

Justificación del halago. Todo ello desemboca en verdaderos desórdenes sociales, como el que lleguemos a cuestionar la voluntad de alguien que dice haber sufrido abusos sexuales. Habrá quien piense que a una experiencia así, de provocación verbal, se le llama romper el hielo, y si alguna se siente cohibida es por un problema de autoestima.

Quizás otra Mujer le habría dicho claramente a ese hombre que se meta en lo suyo, que no le interesa en absoluto, y por eso sería una amargada o una estrecha. Hoy, llegamos a pensar que si una mujer recibe un piropo mientras va por la calle debería sentirse alagada, no atacada por una grosería. Que una chica ebria que acompaña a cinco jóvenes hasta un portal no tiene por qué sentirse agredida si mantienen relaciones sexuales y se quedan con su móvil, como ocurrió en aquellos fatídicos Sanfermines de 2016.

Parece que las mujeres deben estar agradecidas de que se las babosee. Y lo más grave es que las manadas están brotando como setas.

El tópico de decir dos piropos y el machismo

Dejemos al galán de capa y espada para el teatro de Lope de Vega. Una mujer no tiene por qué necesitar compañía si va a una discoteca. No requiere la atención de un hombre cuando mueve las caderas al caminar. O quizás sí, porque también es libre de hacerlo. La diferencia está en una disposición receptiva, y para ello existe una delgada línea entre el flirteo consentido y el acoso a toda costa. Esa línea la marca el respeto. Irrumpir a alguien con el que no te relacionas en un contexto que no lo demanda no es una lindeza, no hace gracia, ni siquiera nace de la ingeniosidad. No es galantería, no denota entereza. Don Juan, usted no es un ser apasionado.